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El barbero que se hizo maestro cestero

El artesano moyense Pablo Betancor enseña a una treintena de alumnos en la Fedac

El artesano Pablo Betancor Domínguez (Moya, 1950) fue cocinero antes que fraile, en este caso peluquero antes que cestero. "Yo fui peluquero en los hospitales del Cabildo: en el Psiquiátrico, en el Dermatológico, en El Sabinal? Nosotros pertenecíamos a los hospitales insulares".

Estuvo trabajando de peluquero más de cincuenta años hasta que se jubiló. En el Cabildo estuve 38. "Empecé desde pequeñito en la peluquería barriendo pelos. Antes no había academias como hoy. Había que estar allí mirando y barriendo pelos, sacudiendo a la gente y así fui aprendiendo. Empecé así cortando el pelo. Al primero que pelé se lo tuve que terminar cortándoselo al cero de lo mal que salió, pero bueno?"."Esto es como los cestos. Al principio salían una birria pero con el tiempo cada vez va saliendo mejor. Con paciencia. La gente se pone nerviosa con la caña, pero yo los tranquilizo y les digo que si les traigo el primer cesto que hice se iban a reír", recuerda entre risas.

Pablo Betancor comenzó ayer un curso de cestería en La Sala de la Fedac (calle Domingo J. Navarro, 7), convertida por el Cabildo en escuela de oficios artesanos en pleno barrio de Triana. Lo imparte a una treintena de alumnos hasta el próximo 17 de febrero. Este curso sobre el tradicional arte de la cestería, que dura dos semanas, podrá ser admirado por los transeúntes interesados y curiosos. Es el primero de los que ha organizado la Fundación para el Desarrollo de la Etnografía y la Artesanía Canaria (Fedac) dentro de su nueva programación en La Sala.Al cestero moyense le entristece que este arte este en desuso. "Antes se utilizaban los cestos de caña para la agricultura, para la compra, para ir a lavar la gente al barranco, para llevar la comida al trabajo. Todo lo que se hacía se vendía porque los agricultores necesitaban cestos para las papas, para las piñas, para estiércol, para esto y lo otro. Había buena demanda, pero luego vino el plástico y se jodió la vaina".

La vocación por la cestería le vino gracias a otro paisano de Moya ya fallecido, Luis Zerpa, del que aprendió el oficio, "un excelente maestro" que le enseñó cómo tratar el material para conseguir un resultado de calidad tanto desde el punto de vista de la estética como por su robustez. "Yo era presidente de la asociación de vecinos de Carretería, un barrio de Moya, y por ahí empecé a hacer unos curso de cestería hasta que me enganché al oficio".

Se queja de la competencia del plástico. "Y eso que el material nuestro es de caña, ecológico y natural. Es una cosa de toda la vida. Los cestos siempre se han hecho con caña y mimbre. Este es un oficio que está en peligro de extinción. Apenas quedamos cesteros en la isla. Yo soy el único que queda en la zona norte".Aunque también entiende que la gente se apunte a lo más económico. "Claro que la gente tira por lo más barato sin fijarse el trabajo que hay detrás de cada pieza", añade.

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