La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De BIC en BIC Centro Histórico de Arucas (21)

Arucas, la piel de piedra azul

El centro histórico de la ciudad es Bien de Interés Cultural desde 1976. El poderío de la burguesía local erigió a partir de mitad del siglo XIX un conjunto único en su especie

Cuando los conquistadores superaron la altura para llegar hasta la falda de la Montaña de Arucas encontraron un importante rebumbio urbano presidido por el propio volcán al norte y, al sur, por una laguna de aneas y juncos.

Justo donde hoy está firmemente plantado el centro histórico de la antigua Arehucas, se resguardaban del alisio unos antiguos canarios cuyo legado arqueológico consta de no menos de 80 sitios catalogados, un número que se elevaría a cientos si fuera posible 'rodar' el urbanismo para dejar ver lo que hay debajo, ese entramado donde prosperaban un censo de unas mil personas.

Como sí ocurre en La Cerera, en la parte alta de la ciudad, donde por fortuna ha quedado al oreo, bajo una cristalera, una cueva natural asociada a una casa indígena con parte de su ajuar original, compuesto por sus vasijas troncocónicas decoradas, varias herramientas, muelas de molino, morteros, semillas de cebada, una pintadera y los restos de un ídolo, cuyas dataciones apuntan a su ocupación desde al menos el siglo IV d. n. e.

Fue el conquistador Pedro de Vera el encargado de desmontar en 1479 lo construido durante siglos. Incluida la laguna, un ecosistema casi único en su especie en la isla de Gran Canaria y que hoy reposa bajo la caña de azúcar y las plataneras de las Vegas.

Muerto el caudillo Doramas en 1481 por el propio Pedro Vera aquella tierra especialmente fecunda por la sedimentación de arrastre en una vega que tenía abiertas las cancelas para otro futuro muy distinto.

Como en el resto de la historia insular, a los esclavos traídos de África y a los menguantes indígenas supervivientes les tocó trajinar en el nuevo cultivo del oro blanco que iba a suponer para la Canarias recién tomada una formidable entrada de riqueza, pero a costa de dar machete a los antiguos cultivos de granos de la población original, y sobre todo a una laurisilva que acariciaba a Arucas por donde arranca hoy Visvique.

Fueron principalmente los portugueses, y personal de Madeira, como recoge Pablo Jesús Vélez, cronista oficial de la localidad, los que ponen en marcha los primeros ingenios, que se aprovechan de la antigua riqueza hídrica que fue evaporándose con la misma velocidad que crecía la caña, y con la que hacían carburar unos mecanismos que en su momento significaron lo último en la más avanzada tecnología que se exhibía en el mundo, tanta que dio suficientes réditos a sus propietarios para ir acaparando tierras y aguas de los repartimientos originales para acrecentar aún más sus haciendas.

Molinos y triples-efectos

Así es como en 1572 Pedro Cerón arma el Mayorazgo de Arucas, un rimbombante título que se dio de bruces en el siglo XVII, cuando esa misma caña de azúcar llevada a América, y cultivada a mansalva en el nuevo continente, sepultó por tonelaje las producciones más limitadas del Archipiélago.

La isla entra en penumbra, a pesar de los reiterados intentos por encontrar un cultivo de renta parecida, como ocurrió con la uva, pero relegados a los más humildes millo, trigo, papas y frutas.

Pero con todo, lo que mejor brotaban eran las pestes y las fiebres, hasta que a finales del XIX se reintenta con la caña.

En la obra Arucas, hombres y hechos, del mismo cronista, se fecha en un 16 de noviembre de 1883 la única noticia fresca hasta la fecha: "En el centro de nuestra hermosa y fértil villa se eleva un soberbio edificio de maciza construcción, cubierto en parte de férrea techumbre y dispuesto a cobijar en breve los molinos, triple-efectos, tachos al vacío, turbina y alambiques con todas las perfecciones que la industria acusa..."

Era la génesis de la destilería de San Pedro, y una de las imágenes más sorprendentes de la nueva era industrial de Gran Canaria, cuando cinco yuntas de bueyes se abrían paso por cuestas y veredos arrastrando la imagen de unas calderas y alambiques de tal tamaño que quedaron en la retina de los aruquenses durante generaciones.

En 1892 los azúcares y aguardientes de la hoy Destilerías Arehucas recibe sus primeras de las incontables medallas que estaban por venir, y Arucas pasa de villa a ciudad dos años después, un título que le otorga la reina regente María Cristina por su "laboriosidad". Un trajín en el que destaca por méritos propios una Heredad de Aguas de Arucas y Firgas que emprende una entrevesada infraestructura hidráulica para captar unos caudales que en la práctica iguala la riqueza de los primeros años de la caña y que, como en un bucle, retroalimenta nuevas zonas de cultivos y variedades, como la cochinilla que se expande hasta el descubrimiento de los tintes artificiales a finales del siglo XIX. En cualquier caso esa segunda etapa de la caña de azúcar, que se abandona en 1920 y el relevo de las grandes extensiones de plataneras en el siglo XX fueron claves para la configuración de un espacio urbano, el actual centro histórico de Arucas, que fue levantado piedra a piedra por los virtuosos canteros con la propia fonolita que expulsó el volcán 300.000 años atrás.

Arucas, que además era zona de paso obligado para acceder a los demás municipios del norte, y que tenía el puerto y la capital insular a la vista, se convertía en una plaza de parada y fonda además de trasiego de mercancías, de la que queda constancia fotográfica, y no hacía más que acrecentar su atractivo, engoando a asentarse a una incipiente burguesía tanto en su centro urbano como en Cardones y Bañaderos y a crear grandes haciendas agrícolas como la de la Marquesa de Arucas.

Esa pujanza se refleja tanto al convertirse en la primera ciudad de Canarias, junto con la Orotava, en 'descubrir' la luz eléctrica, como a partir de 1907, cuando se coloca la primera piedra del neogótico subtropical de la iglesia de San Juan Bautista, una insólita extravagancia dibujada por el discípulo de Gaudí, Manuel Vega March, pero arrebatada en su fisonomía por los propios cabuqueros, labrantes y tallistas de Arucas, que dibujo a dibujo en cartón y a golpe de pico, bujarda, martillo y escoplo, completaron la filigrana.

Esa misma burguesía que se encargó de financiar el templo, junto con aportaciones significativas de la propia Heredad de Aguas de Arucas y Firgas, -cuyos trabajos se prolongaron casi durante todo el siglo XX-, fueron levantando desde mitad del siglo anterior las elegantes viviendas del centro urbano, que también fueron ornamentadas en sus cornisas y dinteles con la textura de esa misma piel de piedra azul.

Hasta el último tercio del siglo XX el paseo por la ciudad llegaba acompañado por el rumor del agua, de las acequias que la traspasaban de este a oeste y aunque ya no se oye el agua correr, el conjunto ha ganado vistosidad en los últimos años con una paleta cromática que permite individualizar la fábrica de cada edificio, así como por la peatonalización de su vías principales.

Declarada Bien de Interés Cultural el 10 de diciembre de 1976, su parques, plazas y recovecos en cuesta forman parte de uno de los conjuntos urbanos más deliciosos de la arquitectura isleña.

Compartir el artículo

stats