La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ingenio

Carrizal arropa a su primer beato

A sus 90 años, Antonia Morales confía en que la Iglesia impulse el proceso de beatificación de su hermano fray Tomás Morales, asesinado con otros religiosos durante la Guerra Civil

Reproducción de una fotografía de Fray Tomás Morales. SANTI BLANCO

Por fuera y por dentro, Antonia María Morales no aparenta la edad que tiene. Su mirada curiosa y su pensamiento claro son el reflejo de una juventud de espíritu que para sí quisieran muchos que no han vivido tanto como ella, tanta que tras celebrar sus 90 años el pasado mes de abril ha llegado a una conclusión: "En mi familia nadie ha vivido tanto, por lo que siempre me digo que debo de estar aquí porque a lo mejor voy a ver beatificado a mi hermano". Se refiere a fray Tomás Morales, el sacerdote dominico nacido en Carrizal en 1907 cuyo proceso de beatificación fue iniciado por la Iglesia católica en 1968 tras ser asesinado de un disparo en la cabeza pocas semanas después del comienzo de la Guerra Civil.

"Mi madre contaba que cuando mi hermano no tenía ni un año ya hablaba, formaba oraciones, y siempre pensó que estaba destinado para otra cosa", rememora Antonia María. El pequeño Tomás, segundo de los nueve hijos que tendría el matrimonio formado por Tomás Morales Ramírez y Andrea Morales Alemán, había dado señales desde pequeño de las particularidades de su carácter y su fe religiosa. Cuenta la benjamina de los Morales Morales que un accidente que el pequeño sufrió en el histórico tranvía que salvaba la distancia entre el casco de Las Palmas de Gran Canaria y el puerto de La Luz marcó el devenir de aquel niño: "Una vez se cayó de 'La Pepa' y se abrió la cabeza, y dicen que cuando lo estaban recogiendo decía 'Sólo Dios y nadie más'".

Procedente de una familia de personas "muy creyentes, aunque no beatos" siempre vinculada a los Dominicos (dos tías eran monjas de clausura de esta orden en La Laguna y uno de los hermanos de Antonia María recibió el nombre de Domingo en honor al santo), no resultó extraño que el camino escogido por Tomás para su vida estuviera marcado por la religión católica. Tras un tiempo viviendo en la casa que unos familiares tenían en la calle Gordillo, en La Isleta, embarcó en el puerto rumbo a Cádiz para tomar un tren que le llevaría hasta la Escuela Apostólica de los Padres Dominicos ubicada en la localidad ciudadrealeña de Almagro, donde se formó en Humanidades y Filosofía antes de culminar su ordenación sacerdotal.

El gran día llegó el 7 de abril de 1931, cuando cantó su primera misa en Almagro. Antonia María guardaba hasta hace bien poco en la casa familiar de Carrizal la cinta de ordenación con la que le ataron las manos aquel día y una fotografía de su hermano, aunque ha acabado por donarlas porque "ahora que soy mayor me doy cuenta de que hay que irse desprendiendo de cosas", reconoce. Las reliquias se encuentran desde hace algunas semanas en la parroquia carrizalera del Buen Suceso, la misma a la que el ya sacerdote Tomás llegó dos meses más tarde para oficiar su primera misa en su pueblo natal. "Yo lo recuerdo dando la paz vuelto de espalda pero con los brazos abiertos, eso se me quedó muy grabado". Por aquel entonces Antonia María no tenía más de cinco años y la figura de aquel hombre con hábito de monje le impresionaba: "No me acercaba mucho a él cuando la tenía puesta".

Antonia María recompone el relato sobre la muerte de su hermano en Almería con entereza, pero también con cierta emoción contenida. Cuenta que aunque "una señora los acogió [a él y al padre Fernando Grund] en su casa, se echaron a la calle buscando otro sitio donde se pudieran cobijar por miedo a que le pudiera pasar algo a la mujer". Fueron detenidos en la calle y trasladados al barco-prisión Astoy Mendi, que se encontraba atracado en el puerto de la ciudad andaluza. Allí permanecieron más de 20 días, hasta que los trasladaron al Pozo de La Lagarta, en la localidad de Tabernas, donde les dispararon en la cabeza antes de arrojar sus cuerpos al fondo. "La suya fue una muerte dura, porque aleccionó a sus compañeros recordándoles que pronto iban a ver a Dios y debían tener valor", concluye Antonia María.

Compartir el artículo

stats