Hace 50 años, 17 estados africanos obtuvieron su independencia tras años de colonialismo de potencias europeas. Por este motivo, África Vive, un evento anual que conmemora el día del continente negro, el 25 de mayo, promueve a lo largo de tres meses iniciativas culturales en una docena de ciudades españolas, además de Bruselas, y este fin de semana le tocó a la capital grancanaria.

El parque Santa Catalina se vistió ayer de fiesta a ritmo de gospel y dos alineaciones de carpas mostraron, a un lado, diversas manifestaciones culturales africanas, y al otro, el apoyo solidario de la mayoría de las organizaciones humanitarias con proyectos en África.

Decenas de familias eligieron la plaza de Canarias, encima del intercambiador, para pasar la mañana del domingo entre talleres de peinados rasta, de pinturas faciales y postres africanos, siempre con el sonido de los tambores de fondo. Poco después de las 11.00 de la mañana, mientras no menos de 15 cantantes de gospel con vestidos salpicados de todos los colores hacían las delicias del público en el escenario ubicado detrás del edificio Miller, la explanada alcanzó su punto álgido de presencia de público. Terminada la actuación musical, una animadora convocó a los niños a una sesión de cuentacuentos.

Bonifacio Fogo, un orondo camerunés de cara esférica, logró reunir a una veintena de niños y sus padres en la carpa para contarles la historia de Rafalá, la niña que se perdió un día en el bosque y fue capturada por un monstruo que la cebó hasta ponerla a punto para comérsela, pero que logró escapar gracias a la ayuda de un ratón hambriento que la asesoró a cambio de un plato de arroz. Los aplausos de los pequeños pusieron tan contento a Bonifacio que su cara se volvió más redonda todavía gracias al espacio que ganaron los músculos de la boca al sonreír generosamente.

Afuera, en la fila de casetas solidarias (Intermón, Cruz Roja, Médicos del Mundo...), había dos especialmente concurridas: la de Casa África, promotora de la fiesta, con un exitoso reparto de camisetas de colores alusivas al evento; y la de postres africanos, donde un grupo de gente, casi todas chicas jóvenes, se afanaban en dar forma a masas aplastadas de harina con mantequilla y azúcar para hacer galletas con divertidas formas de animales.

Entre las dos filas de casetas, corrillos de africanos enseñando el arte de tocar el tambor y algunas piezas de baile ponían la salsa, si es que faltaba algo, para confirmar que la elección de Santa Catalina era una de las opciones más divertidas de la jornada dominical en la ciudad, que ponía punto final a un fin de semana cultural, musical y deportivo totalmente africana.