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Medio siglo sin el vapor 'Gomera'

El legendario buque embarrancó en El Aaiún en 1965, año en el que fue vendido para la chatarra

El vapor 'Gomera', que embarrancó en El Aaiún. LA PROVINCIA / DLP

El carbón lo cambió todo en el mar. La revolución industrial propició a finales del Siglo XIX y comienzos del XX una auténtica explosión de la navegación marítima, negocio en el que pronto se acortaron los tiempos de las travesías y en el que las grandes potencias mundiales del momento enfocaron su expansión. Inglaterra, dueña de la nueva tecnología, gestora de numerosas colonias de ultramar e impulsora del comercio mundial, alimentó la expansión del mercado. Canarias, y en concreto, el Puerto de La Luz, se reveló como un enclave idóneo para las escalas y los avituallamientos de los modernos barcos, que continuaron funcionando a lo largo de las décadas hasta pasada la primera mitad del Siglo XX. Uno de estos navíos, el vapor Gomera, dejó de operar justo hace cincuenta años. Su adiós simbolizó, igualmente, el final de una era.

El Gomera embarrancó cerca de las costas de El Aaiún, en Marruecos, en la noche del 19 de enero. Cumplía con una de sus rutas comerciales, que conectaba a la capital grancanaria con Lanzarote, La Güera (Sáhara Occidental) y Port Etienne (hoy, Nuadibú, en Mauritania). Llevaba 17 pasajeros a bordo, que fueron rescatados por el pesquero Juan y Matilde, después de una angustiosa operación. El remolcador Pacific acabó arrastrando el barco, reflotado, hasta La Luz.

El vetusto vapor operaba entonces para la compañía Trasmediterránea, que lo había adquirido en el año 1930 con el visto bueno de la británica casa Elder, consignataria y carbonera asentada en el recinto grancanario. En realidad, el buque era explotado por una de sus filiales, la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios, que encargó su construcción a los astilleros británicos Caledon S. B. & E. Co. Ltd. El Gomera, bautizado inicialmente como el Gomera-Hierro, fue botado en Dundee (Escocia), en enero de 1912.

Vapores Correos Interinsulares Canarios había asumido la coberturas se los servicios regulares con África, ganando el concurso convocado al efecto por el Estado español. El Gomera-Hierro era un navío de 50 metros de eslora, siete de manga y 484 toneladas de peso bruto, con notable capacidad para el transporte de granos.

El buque-correo pasó a denominarse Gomera, a secas, en el año 1929. Poco después se produjo su traspaso a Trasmediterránea, Y en el 36 paso a formar parte de la marina española, en el comienzo de la Guerra Civil. Durante el conflicto prestó servicio en aguas canarias y las proximidades del Sáhara.

A pesar de ser un barco mercante, y acabada la confrontación civil, el Gomera destacó en la participación de algunas sonadas misiones de rescate. Como la que ejecutó con éxito en la Costa del Golfo de Guinea cuando en 1940 las tropas inglesas cortaron las amarras de los buques Aosta, Likomba y Bibundi. O cuando salvó en 1950 al mercante italiano Lauzano, embarrancado cerca de Villa Cisneros (Dajla , en el Sahara Occidental). En 1951 pudo arrastrar y salvar al velero Bella Lucía, cuando navegaba a la deriva en Fuerteventura.

Sin embargo, cuando el propio Gomera quedó embarrancado en El Aaiún, a nueve millas de la costa, toda operación para preservar su estructura se reveló imposible. Un fallo eléctrico complicó además su rescate. A duras penas reflotado, el vapor quedó atracado en La Luz, en donde se terminó considerando como inviable su restauración para el servicio activo. En diciembre de 1965 era vendido para el desguace al chatarrero de Barcelona registrado en los anales como J. Castillo.

La historia del buque se puede repasar hoy en obras como Cien años de vapores interinsulares canarios, de Juan Carlos Díaz Lorenzo. Algunas páginas webs muy activas en la memoria marítima de las Islas, como De la mar y los barcos o El Tambor, rememoran con detalle al legendario vapor. Y autores como Miguel Suárez Bosa, profesor de Historia Económica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, se han encargado de recordar aquella era de las carboneras y su flota en Canarias. La Luz fue enclave esencial para su tránsito y el buen fin de sus operaciones regulares, especialmente, con África.

Garantizar el abasto

Desde que la casa Miller & Cía comenzó a operar en 1825 en el Puerto de la capital grancanaria otras compañías se sumaron a la misión de garantizar el abasto y las escalas seguras de estos buques en las Islas. Fueron firmas como las anglo-españolas Coaling & Shipping, la Compañía General Canaria de Combustibles, la Compañía Carbonera de Las Palmas, Oceánica, la Compañía Nacional de Carbones Minerales, Gran Canary Coaling Co, Hespérides, Hamilton & Co, Tenerife Coaling Co o Wilson & Sons; las alemanas Deutsche Kohlen Depot Geselschaft o Woermann-Linier Ltd. (en cuyo emplazamiento original se levanta hoy el imponente edificio Woermann, en Las Palmas de Gran Canaria); la británica Elder Dempstes; o las españolas Hermanos Guirlanda, y Blandy Bros Co.

Además de las conexiones con África (que entre otros vapores cubría el Gomera), La Luz, particularmente, asumió la mayoría de las escalas comerciales de la flota inglesa que se encargaba de mantener el comercio con Sudamérica. A comienzos del siglo XX el muelle de la capital grancanaria de entonces (incrustado en la ciudad a partir de Santa Catalina, sin sus diques contemporáneos exteriores) llegó a despachar 100.000 toneladas de carbón anuales, en cientos de escalas de la flota internacional.

Aquél tráfico, renovado por el progreso tecnológico y la navegación con otras nuevas fuentes de energía, acabó claudicando. El Gomera, exponente fiel de las prestaciones de unos buques que se movían al impulso de grandes hélices y turbinas y las voluminosas calderas, fue uno de los últimos en despedirse y dar paso a otra suerte de estelas en el mar del Archipiélago. En la memoria, y en la historia del Puerto, queda para siempre impresa la silueta de su chimenea.

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