La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Aquí la Tierra La arquitectura de la ciudad

Máquina de habitar

Emplazado en Pío XII con Menéndez Pelayo, un edificio semejante a una cabeza de robot sonríe y muestra su dentadura refulgente

Máquina de habitar

Un famoso arquitecto del siglo XX resumía su ideal de casa moderna como "máquina de habitar", tal que el avión, el coche o el barco, construida como estos según los principios de racionalización, industrialización y prefabricación. En realidad hace ya tiempo que tales presupuestos informan la práctica de la arquitectura contemporánea, que no ha sido ajena tampoco a la revolución digital y demás transformaciones tecnológicas de esta época vertiginosa. Ahora bien, a no ser que algún documento ignoto venga un día a demostrar lo contrario, no consta que a aquel faro de la arquitectura moderna se le ocurriera que sus máquinas de habitar debieran asemejarse a cabezas de robot, para acreditar así, justamente, el rostro de su consumada modernidad. A falta de datos sobre otros puntos de la geografía mundial, puede decirse que es ésta la gran aportación de este edificio de Las Palmas, emplazado en la esquina en la que la calle Pío XII se encuentra con la calle Menéndez Pelayo.

Sería una pérdida de tiempo buscar en el legado de la arquitectura moderna europea y norteamericana los modelos del autor de este llamativo edificio capitalino. A poco que se lo estudie con detenimiento se hace evidente que sus referentes están fuera del mundo occidental, tan lejos como en Japón. Pero no en ninguna de las relevantes corrientes arquitectónicas que han dado fama mundial al país del crisantemo. No. La deuda, el autor de este edificio, la tiene con sus robots de hojalata.

Un vistazo a un catálogo cualquiera de esos robots japoneses de juguete, que hicieron furor en el mundo entero en los años cincuenta y sesenta del siglo XX, desvela el repertorio de formas del que bebe este autor para quien no caben fútiles distinciones entre la máquina de habitar y la máquina para jugar.

La organización geométrica diáfana, que divide en dos partes casi simétricas ambos lados de la fachada curva, se estructura en torno a un pilar recubierto de granate, uno de los dos colores de la casa-cabeza de robot, que hace las veces de nariz junto con la farola que arranca del centro mismo del frontis. A izquierda y derecha, sobre unos paños de color ocre, se abren dos ventanas horizontales pintadas de color granate, que asemejan los ojos de la máquina de habitar. El cuerpo saliente inferior, que viene a ser las mandíbulas, también en granate, está atravesado por un gran ventanal corrido en cuyas molduras y cristales la cabeza de robot muestra su sonrisa refulgente, gélida, perfecta, inquietante. No será casualidad que fuese precisamente una clínica dental la que colocase su rótulo luminoso blanco justo en el mentón. Por lo demás esta perilla canosa desvela que, en efecto, el edificio-cabeza de robot tiene ya sus años.

Amén de su imagen facial, sobre el funcionamiento de esta máquina de habitar poco se puede decir. El reloj que tiene en la frente bien pudiera ser un mecanismo que al pulsarlo lo pone en marcha, pero hasta el momento de escribir este reportaje no se tiene constancia de cómo se aprieta este botón, si es que es un botón, o si, por el contrario, hay que darle cuerda, o bien si la cabeza de robot se activa mediante un mando a distancia y qué es lo que ocurre si esa supuesta activación tiene lugar. Por descontado que entre las obligaciones del reportero para con sus lectores estaba la de haber intentado recabar esa información entre los habitantes de la casa. Pero, en su descargo, hay que decir que la pavorosa sonrisa del edificio-cabeza de robot disuade de hacer preguntas a sus inquilinos.

Por lo demás, lo imponente de la presencia de este edificio-cabeza de robot radica tanto en lo que tiene de emblema de nuestro tiempo técnico como en sus resonancias arcaicas. En su emplazamiento, entre dos calles que soportan buena parte del tráfico rodado que va o viene de la zona del Puerto, la construcción hace pensar en una de esas amenazantes efigies míticas que los antiguos ponían como guardianes en la entrada de ciertos lugares.

Embelesado con su imagen, que le recuerda a uno de los más preciados fetiches de su infancia -aquel X-70 que tenía pinzas en vez de manos, una antena en la cabeza y palancas y temporizadores en el abdomen-, el reportero se queda largo rato mirando al edificio-cabeza de robot. La máquina de habitar permanece indiferente hasta que, en un momento dado algo por fin se activa en ella, se baja la persiana de su ventana derecha y le pica el ojo al observador.

Alborozado por el gesto inesperado -en su desconcierto diría, incluso, que la casa-cabeza de robot ha pronunciado un cálido "bip bip" a modo de saludo-, el reportero se dice que, después de todo, puede que no sea tan preocupante esa noticia que estos días vuelve cíclicamente a los periódicos y que anuncia un futuro cercano en el que los robots dominarán la Tierra. Sea como fuere, lo que es evidente es que si, como sostiene el dicho, cada creador se representa a sí mismo con su obra, el arquitecto que construyó este edificio se hizo con él su retrato robot.

Compartir el artículo

stats