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Aquí la Tierra Tiempo real

La ciudad de las mil pantallas

La expansión de las comunicaciones ha cambiado la vida urbana de Las Palmas, si en décadas precedentes resultaba ya un objeto escurridizo, tras su imbricación con el tecnoterritorio, el tiempo y el espacio se perciben en ella de modo distinto

La ciudad de las mil pantallas

La topografía de las comunicaciones en red, cada vez más pronunciada, está reconfigurando abruptamente la faz de las ciudades. El futuro se impacienta en ellas, y si desde siempre el carácter material de las urbes se imbricaba con su dimensión abstracta, ahora esta dislocación se multiplica infinitamente mediante la evanescencia del píxel.

Ni Pekín, ni Fráncfort, ni Los Ángeles, ni Hong Kong, ni Singapur, ni ninguna otra ciudad tangible pueden representar la centralidad planetaria que en su momento detentaron Londres, París, Nueva York y Tokio. La única entidad que está a la altura de la realidad descentralizada y compleja del mundo de hoy es Internet, 'La ciudad de las mil pantallas'.

Todas las ciudades físicas comparten en la actualidad su espacio con esta otra ciudad hecha de bits. Las Palmas no es una excepción: Si en las décadas precedentes, era ya un objeto cada vez más escurridizo, con límites evanescentes y centros que se multiplican, tras imbricarse con 'La ciudad de las mil pantallas', la existencia en ella se ha transformado en algo distinto de lo que experimentaron las generaciones anteriores a las de los nativos digitales.

Conductores que se orientan a través de GPS, webcams con vistas turísticas, internautas que se comunican dentro de la ciudad o con otras ciudades mediante Skype o Whatsapp, comunidades agrupadas en torno a blogs como Conoce La Isleta o Mi Playa de Las Canteras.com o a páginas de Facebook como Ayer y Hoy de Schamann... La vida contemporánea de esta, como la del resto de las ciudades del planeta, se rige cada vez más por los imperativos de este tecnoterritorio que ha hecho que el tiempo y el espacio ya no sean lo mismo.

Naturalmente, las cámaras de tráfico son un componente importante de este paisaje flotante que se extiende entre Las Palmas y los satélites fijos y estacionarios. Y, aunque lo común es usarlas para conocer la fluidez de la la red viaria, hay quien les ha sacado partido de otra manera. Así la historia de Sandra y Florenci.

Era una tarde de febrero de 2003, o sea justamente una década después del despegue de la World Wide Web que iba poner el mundo patas arriba. Florenci estaba en Barcelona, donde vivía, y añoraba a su novia, Sandra, que había tenido que trasladar su residencia a Las Palmas. Florenci se preguntaba cómo verla a través de la distancia que les separaba -Facebook no había nacido aún y tanto Skype como el móvil con cámara no estaban todavía extendidos-. Se le ocurrió entonces entrar en la web del Ayuntamiento de Las Palmas y, tras un rastreo por las cámaras de tráfico, dio con la webcam ideal: la de la plaza de España, la más próxima al domicilio de Sandra, en La Puntilla.

Embelesado con su idea, Florenci llamó a Sandra y le pidió que cuando pasase por la zona le llamase por el móvil. Divertido con la extrañeza de ella -pese a que insistía no le reveló su propósito- guardó la dirección de la webcam en favoritos y se olvidó del asunto. Así hasta que semanas más tarde sonó su móvil: Era Sandra que estaba por la Plaza de España. Florenci abrió su ordenador y se conectó con la webcam de Tráfico. "¿Por dónde andas?", le preguntó. Ella estaba cerca pero fuera del campo de visión de la cámara. "Da la vuelta a la plaza, verás la entrada de un parquin, colócate en la barandilla bajo el semáforo, frente a una señal de tráfico que indica una rotonda y quédate ahí". Desconcertada, Sandra le hizo caso y en unos instantes apareció en la pantalla de plasma de Florenci. Éste entonces le dijo: "Llevas un jersey blanco, vaqueros azules y zapatillas". Su novia, entre perpleja y alborazada, le contestó: "¿Estás en Las Palmas? ¿Dónde te escondes?"

Una vez que Florenci le explicó que la observaba desde Barcelona por la webcam de la plaza de España, Sandra estalló en carcajadas y le prometió repetir la acción en el mismo sitio, como así hizo. Florenci capturó algunas de estas imágenes de su novia a 2.500 kilómetros, en tiempo real y las almacenó en su ordenador.

Así, a través de este dispositivo colectivo que les proporcionaba sensación de intimidad, Florenci contemplaba a Sandra como en una proyección de cine mudo que transcurría en tiempo real: Sandra en una comedia de situación, fisgada sin saberlo a través de una ventana indiscreta; Sandra bailarina solista en la gran danza de Las Palmas; Sandra en un plano único de cine de la espera, observada desde el silencio extraterrenal de un satélite.

En septiembre de 2003 a Sandra le diagnosticaron la vuelta del cáncer que padecía y dejó de llamar a Florenci desde la plaza de España. Este entonces dejó de verla a través de la pantalla y viajaba todos los meses a Las Palmas para pasar con ella todo el tiempo que podía. En octubre de 2004 Sandra murió. Meses después, Florenci volvió a asomarse desde Barcelona a la cámara de Tráfico de la Plaza de España y a capturar fotos del mismo lugar, cuidando esta vez que no apareciera ningún peatón. Y así concluyó la carpeta con imágenes de la ausencia de Sandra en tiempo real.

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