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La ciudad de ayer La huella del turismo en la capital

Hoteles al puro estilo inglés

Los británicos crearon a finales del siglo XIX una industria turística a su gusto, una época dorada de la que hoy solo queda el Santa Catalina

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La ciudad de ayer | Hoteles al puro estilo inglés

En 1883 una señora británica, Olivida Stone, desembarcó en Canarias con la intención de recorrer el Archipiélago y conocer sus entresijos. Casualidad o no, su desembarco en estas tierras coincidió con un año clave en la historia de Las Palmas de Gran Canaria, se trata del inicio de la construcción del Puerto de La Luz. Una obra que trajo la modernidad y un concepto nuevo de ocio: el turismo. Llegaron desde la Gran Bretaña, principalmente, miles de turistas en busca de sol y buen tiempo. Para ofrecerles servicios se crearon hoteles y lugares de huéspedes que llegaron a tener gran renombre, hoy casi todos han desaparecido.

De aquella época el hotel Santa Catalina es el único que se mantiene imbatible. Abrió sus puertas en 1890 en lo que se conoció entonces como Barrio de los Hoteles, ahora Ciudad Jardín. Aquellos arenales pasaron de alojar solo una ermita en ruinas a ver cómo se creaba una verdadera colonia inglesa, con iglesia anglicana incluida. El edificio lo diseñó el arquitecto escocés James Maclaren con tres cuerpos de madera y dos torres octogonales.

"Los ingleses fueron, en combinación con el capital de empresas navieras, los que dieron vida a una pujante industria hotelera", señala la periodista Magaly Miranda en su libro Destino Gran Canaria. Según la escritora, en el cambio de siglo había una decena larga de hoteles en la Isla, "conocidos en Europa por su gran calidad y servicios".

En el mismo barrio que el Santa Catalina se fundó muy cerca el Hotel Metropole. Según el cronista Pedro González Sosa, el edificio nació en 1889 como una simple vivienda junto a la carretera que unía Las Palmas con el Puerto. En años sucesivos se amplia para alojar cocinas y más habitaciones, por lo que se convirtió así en un hotel propiamente dicho. Entre sus huéspedes más famosos está la escritora Agatha Christi.

Miranda recoge en su libro una descripción que el británico Brian Melland hizo de este hotel en el cambio de siglo. "El confort de los visitantes ingleses es su especialidad, con comidas a su gusto", señala. Además, tenía pistas de tenis y cricket.

La crisis de 1914

Ambos edificios no corresponden con los actuales. El estallido de la I Guerra Mundial en 1914 trajo consigo una fuerte crisis económica y el turismo descendió a pasos agigantados. "En los años veinte el turismo en Las Palmas era casi inexistente, los hoteles habían envejecido y la escasez de visitantes no alentaba a su renovación", apunta Miranda en su libro.

Tanto el Santa Catalina como el Metropole cerraron y abrieron durante un tiempo. Ambos terminaron en manos del Ayuntamiento. El primero lo reconstruyó el arquitecto Miguel Martín Fernández de la Torre en los años cuarenta. El segundo corrió peor suerte y en su lugar se levantó un edificio totalmente nuevo. La compañía HUSA fue la encargada de su explotación hasta los años setenta, que es cuando el Consistorio decide trasladar allí sus oficinas municipales.

A partir de 1958, cuando comienzan a operar los vuelos chárter se produce el resurgir turístico de la capital grancanaria. Los ingleses y los escandinavos, en especial los suecos, fueron ocuparon las nuevas camas hoteleras en el entorno de la playa de Las Canteras.

"La playa se convirtió en el lugar idóneo para el nuevo asentamiento turístico", afirma Miranda. De esta manera, se abrieron hoteles como Las Lanzas, el Cristina o el Gran Canaria. Este último, localizado en Playa Chica, son ahora viviendas. La urbanización de la costa de Maspalomas provocó que muchos establecimientos de la capital decidieran cambiar su uso y cerrar.

No obstante, desde los comienzos de La Luz ya existían hoteles en la zona del Puerto y la playa. Uno de los primeros en abrir en este barrio fue El Rayo, entre las calles General Vives y Ripoche. A comienzos del siglo XX ofrecía 52 habitaciones, "cómodas y elegantes", señala un anuncio de la época, el cual hacía hincapié en los descuentos a familias. El Hostal Kasa ocupa ahora sus camas y un salón recreativo el local comercial del bajo.

Aunque, el primero en abrir a pie de playa fue el hotel Alhambra, según el cronista Juan José Laforet. Hoy Delegación de Defensa en Canarias, junto a la antigua clínica San José, sirvió de residencia para muchos europeos que venían a curarse al Archipiélago gracias a su clima benigno. Fue un lugar con "gran glamour y atractivo", según el cronista. Pero, tras la Guerra Civil cayó en manos de la Armada.

Si un hotel de la ciudad fue protagonista de la Guerra Civil, ese fue el Madrid. Primero Café Jerezano y se situó en plena plaza de Cairasco. En una de sus habitaciones se alojó el general Franco antes de partir a Marruecos el día previo al golpe de Estado que acabaría con la II República. Trágicas anécdotas aparte, en la misma Alameda de Colón se ubicaban otros hoteles: el Negresco y el Cuatro Estaciones.

"Hotel de primer orden, espléndidamente situado, 40 habitaciones con baño, agua corriente y teléfono", así anunciaba la Revista Geográfica Española el Negresco en 1940. Sus dependencias ha pasado a ser la sede del Cicca. En cambio, el Cuatro Estaciones ocupó un caserón del siglo XVIII hoy en estado de abandono.

El barrio comercial por excelencia de la capital tuvo otros hoteles de renombre. Las salas de cine y los bares del Monopol fueron en otro tiempo uno de los hoteles de mayor renombre de la capital. Una habitación allí en 1940 costaba cinco pesetas en régimen de alojamiento sin pensión. Existieron otros establecimientos como el Central en Triana, hoy Stradivarius; y el Victoria, en Mendizábal; apunta Miranda en su libro. Incluso, el número 32 de la calle Domingo J. Navarro acogió una pensión de 65 habitaciones a ocho pesetas a comienzos de los cuarenta.

Sin duda alguna, la plaza de San Bernardo fue durante mucho el rincón preferido de los turistas. La familia Quiney abrió su primer hotel en 1884 en la esquina con Viera y Clavijo. Décadas después llegaron a comprar el Metropole. También en este rincón estaba el Continental, propiedad de Otto Netzer. Los anuncios destacaban sus salones de lujo y su gran bodega. Como tantos otros, acabó bajo la piqueta en los sesenta, que es cuando lo compra el Círculo Mercantil y levanta allí otro edificio.

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