Muchas son las personas con hijos, que cuando se habla de definir qué hacer y a quién corresponde actuar en cada momento, les gusta decir siempre lo que tienen que hacer los demás, pero no analizan su actuación sobre los hechos concretos que le atañen a él directamente, pues algo muy parecido ocurre con el papel que hasta la fecha están haciendo muchas familias con la educación de sus hijos, les gusta opinar, pero no implicarse realmente en el proceso educativo porque es muy cansado y duro tener que estar día a día manteniendo el tipo, escuchando y dialogando con los hijos, dar ejemplo en casa y fuera de ella, pues las conductas que les pedimos a nuestros hijos no pueden ser las que nosotros no hacemos, nuestros hijos nos imitan, para lo bueno y también para lo malo, no podemos, ni debemos reprocharles las cosas que los padres no hacemos, somos padres las 24 horas del día, durante los 365 días del año y no hay vacaciones, hasta cuando nos vamos a la cama están en nuestra cabeza, se convierten en nuestra razón de ser.

Para educar a un hijo, no hace falta tener un máster, ni tener grandes estudios y carreras, es mucho más sencillo que todo eso, hay que querer a tus hijos, sabiendo en todo momento quién es quién y no confundir los papeles, un padre o madre jamás será un colega del hijo, podrá tener un alto grado de confianza si lo ha logrado trabajar desde pequeño, pero nunca será su amigo, el hijo tendrá los amigos entre iguales que es lo normal, el padre o madre le pedirá al hijo que cumpla unas normas de funcionamiento dentro de la familia como son el respeto, la higiene personal, horarios, orden, estudios, limpieza, colaborar en las tareas de la casa, etc., que un amigo jamás le pediría.

Hay que enseñar a las familias para que sus hijos vivan las edades que tienen, si les toca jugar, pues llevarlos a parques o actividades fuera del colegio para que su hijo se relacione con niños de su edad, a veces por la comodidad de los adultos, tenemos a nuestros hijos cada vez que salen de casa metidos en tiendas, grandes superficies y espacios donde los niños lo único que van a aprender es a no desarrollarse como debiera, los padres tienen que aprender a organizar su tiempo, para que sus hijos puedan disfrutar de una infancia adecuada a su edad, no pasa nada si un día toca ir de compras en familia, porque también tiene que aprender que las cosas que hay en casa, no vienen del cielo, pero no debemos supeditarlos exclusivamente a nuestras necesidades de adultos, ellos tienen las suyas. Cuando son pequeños, hay quien pueda argumentar que la climatología marca las salidas de los hijos para ir a jugar al parque o a pasear, yo me pregunto ¿qué ocurre en la Península, o en los países del norte de Europa cuando es invierno?, ¿los niños no salen a la calle?, los niños por supuesto que sí salen, pero acondicionados. Cuando los niños eran pequeños, recuerdo que la pediatra me decía: "Si tú tienes frío, tu hijo tiene frío, pues abrígalo, y si tú tienes calor, tu hijo tendrá calor; pon la ropa adecuada".

Educar a un hijo le tiene que suponer a un padre saber decir no, aun sabiendo que puede darlo o ceder a la petición y eso puede doler al padre o la madre, pero tiene que ser consciente que una negativa a cosas que no son vitales (alimento, enfermedad y necesidad) es una forma de educar y ayudarle a aprender, a no sentirse frustrado por no tener todo lo que el hijo pide en cualquier momento y que aprenda, porque sus amigos le dirán también que no y que cuando crezca, habrá cosas que la sociedad o el entorno le negarán, teniendo que buscar alternativas constructivas positivas y erradicando la frustración por escuchar un ¡no! y sustituyéndolo por la búsqueda de nuevos proyectos y aprendiendo de los errores.

Hace años escuché decir que para educar a un hijo hacían falta tres cosas, la primera era quererlo con locura, la segunda era tener autoridad (no autoritarismo) y la tercera fijar los límites propios para cada edad, no iban muy desencaminados, pues con esos tres principios adaptados a cada familia, tenemos la base de una educación familiar en la que los niños saben a lo que atenerse desde el principio, sin ambigüedades de cara a su educación familiar.

Está claro que las ayudas a los hijos por parte de la familia las marcan las edades, puesto que el primer objetivo que debemos tener claro hacia ellos, es fomentar la autonomía de los hijos, que posean las herramientas, madurez y destrezas necesarias para que aprendan a desenvolverse y de paso, potenciar la creatividad.

Si estamos permanentemente encima de ellos, no los vamos a dejar que desarrollen su capacidad de autoestima mediante el trabajo personal y tampoco les enseñamos a que aprendan de sus errores cuando se equivocan. Da la impresión por lo que vemos hoy en día, que a los padres nos da miedo o pena que se hagan mayores y les evitamos que hagan cosas que les corresponde hacer por la edad y de esta manera prolongamos inadecuadamente su infancia, para hacerlos de alguna manera más dependientes de los progenitores, lo triste es que no nos damos cuenta que cada niño debe vivir su momento cuando le corresponde, de lo contrario es ir contra natura y a contracorriente.

A veces, vemos como somos los padres los que malcriamos a nuestros hijos por un exceso de mimo, no de cariño, porque el cariño mal entendido lleva a la sobreprotección y no permite que el niño viva sus propias experiencias, y cómo no sus equivocaciones y que pueda acudir a los padres lamentándose y estos le orientan para que en el siguiente intento, el niño por sus medios pueda superar el reto o prueba a la que se ha sometido. No estoy pidiendo que seamos fríos y distantes ante nuestros hijos, solo que se les enseñe a madurar de forma natural entre iguales, que juegue con otros niños, que discutan entre ellos y que aprendan a socializarse para que desarrollen habilidades sociales.

No por mucho que queramos los adultos que nuestros hijos hagan lo que queremos, lo van a hacer, también los padres tienen que aprender a dar las instrucciones sin perder los papeles, ni histerias. Nunca se han preguntado, ¿por qué sus hijos en el colegio obedecen a las instrucciones del tutor, se comen todo lo que le ponen, aprenden a estar en silencio cuando corresponde, cumplen las normas de funcionamiento del colegio y de repente cuando llegan a casa se transforman en gremlins sin orden ni concierto?, tendríamos que reflexionar sobre eso, para ver en qué nos estamos equivocando. A veces es sorprendente ver como las familias se extrañan en las reuniones de tutoría del colegio con los profesores, cuando les comentan lo que hace o deja de hacer su hijo, pues los padres están acostumbrados a un cliché unilateral del niño en la casa familiar y desconocen lo que hace su hijo entre iguales.

(*) Asesor-gestor educativo