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Cine 'Cenicienta'

Polvos mágicos

No le vendrían mal unos polvos mágicos a Kenneth Branagh para recuperar aquellas ansias creadoras que le invadían en su juventud, cuando tomaba al asalto cualquier proyecto con el síndrome de Orson Welles de romper moldes, ya fuera adaptando a Shakespeare o visitando géneros tan dispares como la comedia generacional, el thriller o el terror. A veces se pasaba de rosca, pero era digno de elogio su entusiasmo y sus ganas locas de (re)cargarse de estilo, a veces con resultados tan notables como buena parte de su arrebatador y poseso Frankenstein. Eso era antes. La magia se acabó, mi buen Kenneth. ¿Cuándo? La huella era insufrible. Thor era vulgar. Jack Ryan: Operación sombra no era ni entretenida. Y no se recupera en Cenicienta. Más bien junta aquí lo peor de su catálogo, intentando meter con calzador toques shakesperianos (la muerte del rey, esos salones que parecen los mismos de su Hamlet) y cediendo sin pudor a todos los retoques Disney habidos y por haber, incluidos los animalitos encantadores. No hay en esta Cenicienta el menor intento de aportar algo de originalidad, está desterrado de mano cualquier atisbo de ofrecer alguna variante al cuento (no a lo bestia como Pretty woman o 59 sombras de Grey, pero alguna cosilla que se salga de lo corriente podrían meter) y las zonas más cursis y relamidas están tan subrayadas que por momentos producen sonrojo. ¿Tiene algún sentido rodar en 2015 una Cenicienta igual que en 1950? Es cierto que hay pasajes que son novedosos: el origen del nombre de Cenicienta, el pasado trágico de sus padres que explica en cierto su falta de rebeldía posterior, el papel más extenso del príncipe, la pintoresca hada madrina o la importancia del gran baile. Incluso sale una descacharrante princesa aragonesa. Pero esos detalles, que bien desarrollados podrían haber rescatado a la película de su anquilosamiento, se quedan en nada por la ampulosa mano de Branagh cegado por la ostentación, por la sosería del príncipe (Lily James se salva por los pelos) y, sobre todo, por la falta de emoción en las imágenes, que en muchos casos van por detrás de los dibujos animados en humanidad. Nadie pone en duda que el vestuario es de primera, que la música de Patrick Doyle es hermosa, que Cate Blanchett lo hace muy bien de mala y que Helena Bonham Carter es una hada madrina divertida, pero esta Cenicienta, en cuanto se encienden las luces, se convierte en calabaza. Claro que a ver quién se lo dice a Disney, que lleva recaudados 122 millones de dólares con ella...

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