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Crónicas galantes

Los turistas invaden mejor

Un día después de que Fidel Castro soplase las velitas de su 89o cumpleaños, el ministro de Exteriores de Estados Unidos, John Kerry, acaba de reabrir en La Habana la embajada del imperio en Cuba. Kerry es lo que por aquí llamaríamos un progresista, pero eso no le ha impedido restablecer relaciones con una dictadura militar -y hereditaria- comandada ahora mismo por el general Raúl Castro. Es una decisión diplomáticamente lógica, si bien tardía, medio siglo después de que ambas repúblicas dejaran de hablarse.

El gobierno de Barack Obama no hace sino continuar la vieja tradición del vecino del norte en sus tratos con los países de la América latina. Los anteriores presidentes se hartaron a imponer y sostener regímenes dirigidos por Tiranos Banderas desde Chile a la Argentina y desde Uruguay al Paraguay o a la Nicaragua de los Somoza. La propia Cuba había sido su cortijo e intentaron tomarlo de nuevo con la invasión de Bahía Cochinos, ejecutada por tropas vicarias y algo chapuceras que fracasarían estrepitosamente.

La novedad en esta ocasión es que reconocen a un régimen comunista, cuando lo habitual en sus buenos tiempos era que solo se amigasen con dictaduras de ultraderecha. Quizá en el caso de Cuba hayan llegado a la conclusión de que es más civilizado y barato invadir el país con un ejército de turistas que practicar la vieja política de la cañonera. Ellos y, sobre todo, los cubanos encerrados en la isla, saldrán beneficiados de ese cambio de modales.

Tampoco hay tanta diferencia, por otra parte, entre los regímenes que anteriormente apoyaba Estados Unidos y este con el que ahora se reconcilia. El comunismo es un fascismo para pobres que se parece más de lo que habitualmente se piensa a su teórico enemigo.

Tanto los fachas como los rojos coinciden en tratarse de camaradas, en la devoción por el partido único, en el común odio al capitalismo, en las políticas sociales y a veces, hasta en los símbolos. Tapada como estaba por la esvástica, pocos repararon, por ejemplo, en que la bandera del partido nacional socialista de los trabajadores de Alemania era de un refulgente color rojo. Como roja -y negra- era la de la Falange en España. Por no hablar ya de aquel Benito Mussolini que, procedente del ala izquierda del socialismo, se vanagloriaba de ser el "primer trabajador de Italia".

Ofuscados en su momento por las exigencias de la Guerra Fría, los americanos han tardado más de medio siglo en descubrir que los embargos y los boicots no suelen servir de nada. Bien al contrario, reafirman a los dictadores y empeoran aún más las condiciones de vida de los súbditos que están bajo su mando.

Mucho más sutil, Obama ha descubierto que también a Cuba se le puede aplicar el viejo principio de Lord Palmerston, según el cual la diplomacia no se guía por torpes sentimientos de amistad o enemistad, sino por crudos intereses.

Si Kennedy cometió el despropósito de enviar tropas de alquiler a la isla, el actual presidente prefiere llegar a un acuerdo que, más pronto que tarde, llenará Cuba de turistas norteamericanos con el bolsillo rebosante de dólares y la cabeza inflada de ideas capitalistas. Solo es cuestión de tiempo que esa pacífica invasión sumerja al régimen de los Castro bajo un mar de viajeros e inversores. Kerry dio ayer el toque de salida.

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