La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zigurat

La primavera del invierno

Primero fue la primavera que duró lo que permanece en una rosa cortada. Algo de olor, si no es importada, luz en sus pétalos, y otra vez, al poco, ajada, caída, desecha. La primavera árabe, la que nos prometía democracia y diálogo, fin de enfrentamientos, reparto equitativo de las riquezas -menos el petróleo- y un parlamento que garantizara las conquistas sociales.

Nada o casi nada queda de la ilusión en la franja norte de África, la que se baña en el Mediterráneo y del que hace también su cementerio. Del todos a una: iglesia, estados, gobiernos, oenegés, ciudadanos en general, se pusieron de acuerdo por unas horas, cuando cayeron en la cuenta de la increíble presencia humana herida a las puertas de Europa. De ese llamamiento inicial a la sensibilidad y conciencia de los europeos se ha pasado a cambiar el ancho de vías de tren para que ningún inmigrante entre en países donde no son bien recibidos o en otros donde los trámites para sui identificación están poniendo en serios apuros a los estados miembros.

Cuando las horribles imágenes de seres humanos huyendo de la guerra, del hambre o de la persecución, se arrojaban contra las vallas, cruzaban por las vías del túnel, se fijaron en todas las pantallas del mundo, conmocionaron a muchos que se pusieron a trabajar para atajar tamaño pecado. Pero también alguno quedó convencido de que esto no es un asunto más de llegada en tromba, de falta de oportunidades, de salir del horror de un religión cuando deja de ser religión y se agria en fundamentalismo, y huir con lo puesto hacia la región de la promisión y la libertad. Estos creen también en una marcha estudiada, onerosa, donde se puede colar de todo y el todo aquí es el absoluto de la vida, que creen que vienen a quitárnosla camuflados entre la necesidad y la miseria y el dictado ciego su literalidad.

De la madre Europa, con Merkel a la cabeza, que recibe con los brazos abiertos a los desheredados del mundo, a controlar, concentrar y cuestionarse o suspender -que aún no lo sé- el acuerdo de Schengen, algo así como una entrada de nuestra constitución europea, acuerdo por el que varios países de Europa han suprimido los controles en sus fronteras interiores y dejan a los miembros viajar sin problemas.

El problema lo tienen ahora, lo tenemos, cada vez más y más desproporcionado, y se construyen campos de concentración, para eso, para concentrar a la gente y que no deambulen por ahí que se pueden perder.

En el norte de África y en Siria se mueve algo, hay dos más que están intentando ayudar a su manera: Rusia y China. Ahora solo nos falta otra guerra tibia permanente en el tiempo, para que la partida quede en tablas y los que huyen sigan huyendo, que es una buena forma de ir a ningún sitio. Hasta que Europa o a quien corresponda se siente, serenamente, perfectamente informada y tome decisiones que no nos hipotequen más de lo que estamos. Quiero decir, que nuestra hipoteca es sobre la conciencia y que lleva siglos entreverada de valores testaferros, bañada por la cálida benevolencia de alguna línea de pensamiento, que no obstante no es crítico ni social y que se enseñorea en las academias.

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