La Provincia - Diario de Las Palmas

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¿Gallos de pelea?

No es esa una condición especial de los jugadores canarios. No son ellos, en lo suyo, como eran aquellos canelos o coloraos que entre varillas veía yo allá por los años 50 en la Gallera del Cuyás mandándose tremendos viajes de afiladas espuelas hasta hacer saltar la sangre de los contendientes sobre mi chaqueta de las mañanas domingueras, cuando desde la primera fila del redondel hacía mis crónicas del campeonato de las galleras, asesorado siempre por el más brillante especialista en la materia como era Federico Romero (el Estupendo). No, ni mucho menos. Se trata de otro pleito donde por ganar o no perder hay gente a la que se le "esconchaba el pomo".

Y es de atención tan absorbente que a veces los protagonistas, por deseo propio o por el impulso de los que les empujan y achuchan para acabar cantando gol con un triste suspiro si es en contra, pero ¡goooool! cada vez más alargado y ruidoso si acaso es gol a favor.

Si. Me refiero al fútbol, donde el canario, aún sin llegar a ser tan estridente como el gallo con sus mandobles en el redondel, resulta que rabea, afina, acelera y ronca en el rectángulo si por un aquel le tocan las pelotas de mala manera. Como por ejemplo la pasada semana en el campo de Vigo donde cantan las gaviotas y suenan las gaitas, allí donde en los malos tiempos se juntan y revuelven rabiosos Cantábrico y Atlántico, mares vecinos. Precisamente donde se enfadó el otro día la UD porque a las primeras de cambio le pitaron un penalti al largo Javi Varas y encima lo expulsaron, y porque le metieron un gol al Raúl Lizoain, acertado suplente pese a recibir después otros dos.

Entretanto los diez de amarillo cargados de adrenalina ajustaron la espuela como haría el colorao de la gallera; sacó el Paco entrenador su vieja libreta de recursos, desorientó a la tropa gallega y, aún con una bujía menos en el motor, embragó tan bien la táctica que terminó apuntándose las diez de la última en un tute en el que en vez de acabar empatado (3-3) pudo terminar sobrado marchándose con el saludo cordial de ¡hasta luego Lucas!.

Lo interesante es que sin tiempo de serenar la emoción de nuestros embriones de cantera y de nuestro mister-Paco amarillo, ya llega el otro Paco (Jémez, el rayista) con malas intenciones, y palabras tan gruesas como las de nuestro presidente cuando las tiene que decir... Serán pues dos Pacos en la sala de máquinas, nueva machangada popularizada en el argot del bla bla futbolístico donde, puestos a innovar, inventan de todo.

Recordemos que pacos se llamaban aquellos tiradores de élite que hubo un tiempo pasado desde el Ampurdán, o moritos escondidos tras los matojos del desierto marroquí disparaban contra nosotros sus rivales. El domingo en el Gran Canaria un paco intentará provocar los tiros contra nuestro Lizoain y otro contra el rayista David Cobeño, si es quien juega después del 1-3 con que le obsequió el Coruña el pasado lunes.

Ahí nace la emoción por los puntos en juego, y la curiosidad sobre si seguirá creciendo bien la barba de la escalonada promoción de chicos de la cantera aunque sea mezclada con sudamericanos, y alguno de color que entra, igual que aquel Gutiérrez que en 1955 impidió que el Madrid ganara ( 1-1 ) por el marcaje que le hizo a Alfredo Di Stéfano, quien no marcó porque no le dejaba ni a sol ni a sombra en el Insular de los recuerdos y del que se quejó diciendo que corrió mucho pero al pararse para girarse y mirar, siempre lo vio todo negro. Hasta su blanca camiseta. Tan cerca estaba.

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