La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Comilonas

Poniendo la moviola de pasados tropezones, me percato de que las cosas del buche ocupan un espacio tal vez desproporcionado, y que puede inducir al lector a una opinión sesgada de mis prioridades vitales. E iba a añadir que no tengo por qué avergonzarme de alguna canita al aire esporádica, cuando en realidad sí que he de confesar cierto apuro en una de mis recientes salidas con un grupo de amigos aficionados (yo diría que más bien profesionales) al buen yantar.

El lugar de autos es un conocido restaurante que aunque no está en el "top ten" de los precios, sí presume de una calidad y sobre todo abundancia fuera de lo corriente.

Junto a nuestra mesa para diez personas, había una ocupada por una pareja de extranjeros que parecían tener un buen conocimiento de nuestro idioma, habida cuenta de su trato con los camareros, y la atención que parecían dispensarle a nuestra cuchipanda.

De entrada nos acogió el maître con una regañina, propia de la confianza acumulada a lo largo de los últimos años, reprochándonos con ironía no pedir marisco más a menudo, como cabría esperar de clientes de nuestra alcurnia y condición.

Primer arqueado de cejas en la mesa de los "guiris".

A continuación nos sirvieron los entrantes de la casa, que por su cantidad, variedad y fundamento cabría calificar mejor de "irrumpientes".

Miradas de asombro de la mesa de al lado, batallando con su "menú del día". Seguidamente sonora bronca de uno de nuestros comensales al maître, por no haber preparado una cubitera para el vino blanco, contestada por éste con un desdén prepotente y teatral. Posterior queja sobre el vino tinto que según otro de nuestros contertulios "no se podía salvar ni echándole gaseosa para ascenderlo a tinto de verano".

Nuestros vecinos, como un plano congelado, en estado de shock.

A continuación el plato fuerte del restaurante, que no es un plato sino una serie de descomunales fuentes, las primeras con los mejores frutos del mar, cosechados pocas horas antes, y la segunda con un lechón entero, al que sólo le falta la tradicional manzana en la boca. Hay que reconocer que la aparición de las bandejas, traídas en volandas por sendos camareros recordaba embarazosamente un festín medieval, propio de Gargantúa o de Pantagruel.

Como de hecho lo corroboraba el semblante de pasmo de nuestra pareja colindante.

Y a punto estuvieron de desmayarse al escuchar, una vez despachada la copiosa repostería, el gemido lastimero de casi toda la hermandad, verbalizado mediante el ruego vergonzante de que ..."por favor el café con sacarina".

Pero lo que realmente supuso la puntilla y las irremediables fatigas de nuestra infortunada vecina de mesa fue escuchar a uno de nuestros más ilustres comensales pregonar "urbi et orbi", aunque su confidencia pretendiera ir destinada sólo al maître; "¡Mire, cristiano, quíteme esta galletita del café, que esta noche tengo una cena!"

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