La Provincia - Diario de Las Palmas

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Opinión

Espejo de una realidad

No es casual que en los últimos años, y al socaire de cierta prosperidad económica surgida tras la estabilización de gran parte del espectro político iberoamericano, el cine esté experimentando un importante crecimiento donde, durante décadas, sólo hubo silencio, populismo, miedo y frustración, tanto en el ámbito de la producción como en el de la creación artística.

Este nuevo fenómeno transformativo, que está dejando a medio mundo literalmente boquiabierto, sigue generando expectativas de gran calado entre la miríada de espectadores que buscan hoy en la pantalla algo más que una sensación de mera complacencia ante los cánones narrativos más convencionales. Este año, sin ir más lejos, festivales del prestigio de Venecia, Berlín, Locarno, Cannes o San Sebastián, han contribuido de nuevo a resaltar esta incontestable realidad seleccionando y galardonando películas que, en su mayoría, revelan una irrefrenable inquietud por mostrar una perspectiva más explorativa de la realidad mediante el empleo de un lenguaje cinematográfico que explora zonas poco transitadas hasta ahora por el cine tradicional. Algunas, por desgracia, ni siquiera disfrutarán en nuestro país de un estreno en igualdad de condiciones con esa legión de filmes de alto consumo que inundan y asfixian las pantallas españolas semana tras semana, otras correrán quizás mejor suerte y encontrarán su propio hueco en espacios alternativos, como el Monopol en Las Palmas de Gran Canaria o el TEA en Santa Cruz de Tenerife, pero la mayoría seguirá hibernando en las estanterías de las distribuidoras hasta que alguna compañía avispada y ocurrente corra el honroso riesgo de editarlas en DVD o en BD.

Títulos como El Club, del chileno Pablo Larraín (Oso de Plata en la Berlinale), El botón de nácar, del veterano Patricio Guzmán (Oso de Plata al Mejor Guión), Ixcanul, del guatemalteco Jayro Bustamante (Premio Alfred Bauer), Desde allá, del venezolano Lorenzo Vigas (León de Oro en Venecia), El Clan, del argentino Pablo Trapero (León de Plata al Mejor Director), El apóstata, del uruguayo Federico Veiroj (Mención Especial del Jurado), La impresión de una guerra, del colombiano Camilo Restrepo (Leopardo de Plata en Locarno), Nueva vida, del boliviano Kiro Russo (Mención Especial del Jurado), La tierra y la sombra, del colombiano César Augusto Acevedo (Caméra d´or en Cannes) o La vida sexual de las plantas, del chileno Sebastián Brahm (Premio Nuevos Directores en San Sebastián) ponen de relieve la excelente salud de la que siguen disfrutando cinematografías que hasta bien poco ni siquiera figuraban en el imaginario popular del público occidental. Sencillamente: eran países, en su conjunto, sobre los que casi nadie ponía el foco para descubrir posibles tesoros ocultos cuando los había, y a raudales.

Así pues, la necesidad de seguir apuntalando en el tejido cultural de nuestra ciudad una cita como la que representa Ibértigo, tras trece años de existencia ininterrumpida, es tan obvia que huelgan todo tipo de explicaciones justificativas.

El Festival, aún con sus paupérrimas condiciones presupuestaras -12.000 euros- constituye la única referencia sólida en nuestra Comunidad para conectar con una de las corrientes cinematográficas más fructíferas, imaginativas y cautivadoras que circulan actualmente por el mundo y su oferta, una veintena larga de filmes de más de doce países, constituye una oportunidad nada despreciable de conocer lo mucho que pueden dar de sí la imaginación, el rigor y el talento entre un grupo de cineastas que, por encima de todo, utilizan el cine como una valiosa herramienta para la interpretación libre del mundo que les rodea.

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