En ese universo simbólico periclitado que presupone el pleitismo Tenerife ha conseguido un control punto menos que perfecto de la administración autonómica y mantiene sojuzgadas al resto de las islas, especialmente, por supuesto, a Gran Canaria. Cuando se señala a Tenerife se habla, en realidad, de la Agrupación Tinerfeña de Independientes, la malvada ATI, que con la máscara de CC sigue al frente de una incesante conspiración política, empresarial, mediática y electoral para mantener su mero y mixto imperio en Canarias, una ATI que continúa imaginándose como un montón de alcaldes y empresarios rentistas que se reúnen todavía en guachinches con paredes de oro y techos de lapislázuli y practican ritos macabros e intercambian licencias e inversiones bajo la dirección del Gran Maestre Manuel Hermoso. Esta tan divertida como manoseada leyenda, llega al extremo de ignorar cómo funciona CC, cuyos liderazgos son básicamente insulares, siendo el del presidente del Gobierno el más mediatizado, participado y delicado y dependiente de todos. Un presidente del Gobierno -y así ha sido el caso de los cinco jefes de Gobierno coalicioneros- que ni siquiera decide en puridad el nombre de la gran mayoría de sus consejeros y directores generales. Los designan y envían al Ejecutivo los menceyes insulares y sus respectivas mesnadas. Mucho más grave que un pleitismo que no existe es que Coalición Canaria haya trasladado a la dinámica de las instituciones públicas sus características o, mejor, sus delirios organizativos, porque siguen sin entender que Canarias quizás deba construirse desde cada isla, pero que la mera suma y conciliación de los intereses de las islas jamás terminarán de construir una comunidad autónoma viable.

El pleitismo no fue un motor de progreso para Canarias, no estimuló sanas o insanas competencias entre las élites de poder grancanarias y tinerfeñas, sino una estrategia política y una ideología para defender y/o legitimar sus propios intereses. Tinerfeños y grancanarios de clase media y trabajadora terminaron suscribiendo durante muchos años que el enemigo estaba en la isla de enfrente. Quizás los tinerfeños un poquito más, porque lo hicieron peor. Pero nuestros problemas más acuciantes no son los vestigios arqueológicos del pleito insular. Los problemas son nuestro mal diseño institucional, las debilidades de nuestro modelo de crecimiento económico, un desempleo destructivo, la pauperización creciente, el tamaño y la productividad de nuestras empresas, el encaje en una gobalización económica imparable e inestable, nuestra mediocridad formativa. Y, por supuesto, unas élites políticas y económicas que se resisten al cambio y siguen apostando por tisanas, parches y tiritas.