La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

'Los odiosos ocho'

Pistoleros en la nieve

Cada vez que se anuncia el estreno de una nueva película de Quentin Tarantino la expectación popular y la curiosidad de la crítica se dan siempre por supuestas. No sólo por el abundante currículo acumulado desde su debut, en 1991, con Reservoir Dogs sino porque es un director dotado de una capacidad innata para la reinvención, para sacar conejos de la chistera y para sorprender con sus insólitas y nada delicadas ocurrencias visuales y/o conversacionales hasta al más refractario de sus detractores. Como un provocador nato que es, su cine siempre es imprevisible, serpenteante, oscuro, irónico, sanguíneo, procaz, incendiario y enormemente desestabilizador, sobre todo para quienes aún sobreviven anclados a los viejos paradigmas de la vieja narrativa y de la corrección política. Tarantino es otra cosa.

Es, como alguien lo definió tras el estreno de Kill Bill, mitad realizador mitad trilero. Una suerte de combinación de influencias de lo más diversa que abarca desde el universo incandescente del spaghetti western hasta los ruidosos y ultraviolentos filmes de artes marciales, pasando por la solemnidad litúrgica del cine nipón, la impronta revolucionaria de Godard y los arquetipos más arraigados en la breve pero monumental carrera cinematográfica de Jean-Pierre Melville. En esa amplia órbita de influencias ha ido creciendo su estilo, saqueando, con indisimulado descaro, la herencia de un cine que le amamantó desde su más tierna juventud y lo convirtió, con el tiempo, en uno de los realizadores más controvertidos del cine contemporáneo y en todo un depredador dispuesto a devorar cualquier experiencia ajena con tal de que le pueda encajar en su polémica y muy heterodoxa visión que tiene del arte cinematográfico.

Con el reciente estreno de Los odiosos ocho, su mito ha vuelto a reverdecer al amparo de sus propias reglas. El empleo indiscriminado de la violencia, su ironía subcutánea, sus largos y lapidarios diálogos han vuelto a conjugarse para alcanzar otra de sus codiciadas metas como verdadero corredor de fondo en este oficio de tinieblas en el que a veces se convierte el cine: otro western sucio, violento y corrosivo donde de nuevo se exhibe toda su espectacular pirotecnia formal y la habitual crispación de sus potentes guiones.

Bajo el prisma del iconoclasta irredento, Tarantino sigue transgrediendo valores que parecían firmemente arraigados en el imaginario popular de Occidente, fraguando nuevos e insólitos escenarios que incrementan la capacidad de seducción que destila siempre su retorcida pero muy original noción de la puesta en escena.

En su último filme, sin ir más lejos, la omnipresencia de la nieve como factor potenciador de la trama, además de ejercer un insólito protagonismo, se convierte en un curioso y sugestivo decorado sobre el que marcan sus pasos los temibles pistoleros que corean e incendian la violencia medioambiental que se respira en toda la película. ¡Tarantino en estado puro!

Compartir el artículo

stats