La Provincia - Diario de Las Palmas

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Reflexión

Cristina

Querida compañera: Hacía tiempo que quería decirte lo mucho que te admiro y lo mucho que se necesitaba tu presencia en el centro. Llegaste de manera inesperada, tras la sorpresiva jubilación de aquella otra profesional, a la que le deseo lo mejor en su nueva vida, y, desde el principio, todos sabíamos, y yo el primero, que las cosas habrían de cambiar a tu paso. En tu persona, como en tantos docentes entregados y fieles a su compromiso con la educación, las cualidades morales hacen pareja con las laborales, casi hasta el extremo de que lo ético y lo profesional parecen uno. En todo caso, el tuyo es un ejemplo, al modo que lo define el ensayista hispano Javier Gomá en Ejemplaridad pública, un libro reciente en el que el autor acredita una loable impertinencia frente a determinados sectores de la opinión pública. Confieso que jamás hubiera escrito la presente si no hubiera sentido que, con ello, no solamente satisfacía un íntimo deseo de mostrar mi acuerdo y solidaridad con tus argumentos, sino que también llamaba la atención sobre una persona que encarna las virtudes y desvelos del buen profesor, el que no escatima en fuerzas ni en interés, y el que tampoco olvida que sus deberes van más allá del simple contemporizar con la situación actual, en cierta manera, con el malestar que reina en torno a la educación en este país.

Eres un ejemplo en un doble sentido. El primero, por raro que parezca, lo es de un modo paradójico, tanto que cuesta entender que esta ejemplaridad sea necesaria en el mundo de la docencia de hoy. Constantemente, desde que diste a conocer la exigencia de tu metodología, fuiste la diana de los intolerantes, de aquellos que juran respetar los derechos de los demás, pero únicamente conciben un solo modo de actuar, el que ellos mismos fijan de antemano. Este es el verdadero calvario que sufren, y mucho más de lo que se cree, un número importante de compañeros que, como tú, persiguen la verdad educativa. Como docente de Matemáticas, competente y leal con la transmisión de los conocimientos del lenguaje científico, aspiras a que el alumnado haga suyo el mensaje de superación que alberga, además de incluir en todas tus acciones el componente moral, el deseable elemento de responsabilidad personal por el que lucha uno a brazo partido, en un combate singular con los charlatanes de la Nueva Pedagogía, los dimisionarios de la ética contemporánea sin lugar a dudas.

No son sólo palabras, aunque sean tan necesarias en estos momentos tan críticos para la convivencia en las aulas. Algunos hablan de resistencias a los nuevos modelos, a la innovación, a la decidida apuesta por todo lo que suponga un cambio educativo sin pararse a pensar que ya hubo otros que, con igual tesón y valentía, se opusieron al recorte de libertades, a que la vida fuera entendida enteramente bajo una voluntad férrea, impidiendo o coartando la diversidad de planteamientos, opciones o alternativas. La modernidad, bajo este supuesto, sólo es la encarnación de un dictado, el que unos desean imponer sobre el resto. No se concibe, ni por lo tanto se admite, el que alguien se conduzca, tan siquiera piense, de un modo distinto al establecido. La firmeza de tus convicciones, que son las mías, como bien sabes, y la calma que exhibes en su defensa no dejan impertérrito a nadie, y menos aún a los sectarios. Es más que curioso que, entre las filas de los modernos, figure como un valor en alza el compromiso, una fe inquebrantable por el progreso en la educación y, sin embargo, que extraña se hace esta imagen a nuestro entender. El docente comprometido sería, conforme a esta idea, el que se somete gregariamente a los postulados de una ideología -porque básicamente es eso- que termina su justificación moral allí donde comienza lo científico. Es un lenguaje vacío, del que ya nos han avisado los de hoy como los de ayer, tanto Morin en el clásico Los charlatanes de la nueva pedagogía como Moreno Castillo en el desternillante La Conjura de los ignorantes.

No quiero extenderme ni cansar tu lectura. Busco otra cosa. Quiero que sepas que la enseñanza tiene sus héroes, casi todos anónimos, como debe ser. Por este motivo, te pido disculpas, por hacer públicos tus denuedos, tus propósitos y tus proyectos. No sé quién dijo que, cuando se escribe, siempre se hace de uno mismo. Será por eso que tu ejemplo es, en realidad, el que yo pretendo para mí. Permíteme, si ello es posible, este alegato egoísta nacido del cariño y la solidaridad. En su cura, redacto este pliego de descargo. Sepan todos, desde los alumnos que se encabritan por tu exigencia hasta los compañeros que se alegran de tus males, que la enseñanza jamás morirá con personas como tú, que por pésimo que sea el prejuicio sobre ella, la tradición continúa.

En mí, siempre encontrarás comprensión y apoyo, simpatía y compromiso. Ojalá haya más como tú. Hoy, más que nunca, la educación lo necesita.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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