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Música Aula Alfredo Kraus de la ULPGC

Isaac Martínez Mederos, talento en estado puro

Atención a este joven artista grancanario (16 años). Es un talento con facultades expresivas de primer nivel y medios técnicos espectaculares. Repitiendo el tópico, un diamante con facetas ya bien talladas y otras en certero desarrollo. Descártese la imagen del virtuoso precoz sin más. Le escuché por primera vez en este recital del Paraninfo y veo en él una nueva generación del pianismo canario, tan fecundo en nombres extraordinarios desde hace algunas décadas. El programa desplegó una tesis completa de su pensamiento, pues estamos ante un intérprete que piensa la música, modela el sonido con un fervor singular y entrega versiones personales de evidente interés. Con la cabeza y el tronco cernidos sobre el teclado y una pulsación nítida, precisa y diferenciada, me hizo evocar a Glenn Gould en su juventud. Pero es, además, según me dicen, excelente violinista y tiene el don innato de la composición. Si, como hasta ahora, elige bien su camino, será una estrella.

Comenzó con una de las Tocatas de Bach para cémbalo (BWV 914), idóneo estilo para el staccato y cantabilidad expresiva sin tentaciones romantizantes. Lo siguiente fue la colosal Sonata núm.12 de Beethoven, admirable en la diversidad de acento de las variaciones del primer movimiento, aérea en el scherzo y serenamente profunda en la Marcha fúnebre sobre la muerte de un héroe. Un solo "pero": definición algo descarnada en algunos momentos, por jugar escasamente con los armónicos debido a una técnica de pedal demasiado austera. Y concluyó la primera parte con un Chopin entendido a la perfección: delicado fraseo en la melancolía de la Mazurca núm.13, transparencia en el motivo del Estudio op.25-2 y arrolladora mano izquierda en el Revolucionario.

La segunda parte comenzó con el Vals núm.14, también de Chopin, elegante y noble. En la atomentada Sonata Leningrado, número 7 de las de Prokofiev, planificó con inteligencia el carácter falsamenter lúdico del primer movimiento, cantó como un maestro el Andante caloroso y se desbordó en la complejidad formal del delirante Precipitato, con calado atlético (un poco pasado de volumen) y una escuela de la velocidad sin trampa ni cartón. La Sevilla de Albéniz, en una versión personalísima de la danza y la copla, puso fin al programa. Aplaudido y braveado por el público (estupendo público, con mayoría juvenil), regaló dos bises: el primero, probablemente de su autoría aunque sonaba a Scriabin, y el segundo (op.2 núm 1 de Scriabin) llevaron al cenit el entusiasmo de la sala. Barroco, Clasicismo, Romaticismo, Nacionalismo y Siglo XX tuvieron presencia generosa en un solo programa, siempre con belleza, inspiración y sobra de facultades. Ojalá que podamos seguir y disfrutar la decantación de tan generosas facultades.

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