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La sonrisa de Platón

No sé qué es peor, si tener a Kai Proctor (Banshee) como alcalde o a Francis Underwood (House of Cards) como presidente. Seguro que si Platón, después de ver a Underwood sentado en el despacho oval sin pasar por las urnas y dejando muchos cadáveres políticos, pudiera ver también a Proctor ganar unas elecciones democráticas en su ciudad porque nadie se atrevió a presentarse contra él, sonreiría mientras susurra: "Os lo advertí". De acuerdo, la democracia no es perfecta porque no puede impedir que tiparracos como Proctor o Underwood sean alcaldes o presidentes. Para Platón, si llegara a haber un Estado formado por hombres de bien, probablemente se desataría una lucha por no gobernar, tal como la hay ahora por gobernar. Pero ese Estado no existe. Por eso en la lucha por gobernar a veces se cuela un Kay Proctor o un Francis Underwood. Pero Proctor y Underwood no serían lo que son sin la ayuda de otros. Heather Dunbar, que llegó a postularse como candidata demócrata a las elecciones hasta que Underwood la destrozó, decía que el presidente es la gente que trabaja para él. Y Doug Stamper, jefe de gabinete de Underwood, presionó a la secretaria de Sanidad para que el presidente recibiera un trasplante de hígado a costa de dejar morir a otro paciente que estaba primero en la lista, y cuando la secretaria dijo que no lo haría porque no sólo era cuestión de leyes, sino de ética, Doug zanjó así la cuestión: "Pues cambie de ética". Estos son los hombres del presidente. La diferencia entre la gente que trabaja para Underwood y los que trabajan para Proctor es que estos últimos, como Tony Soprano, no entienden de ética pero tienen normas, y entonces son aún más peligrosos. El androide Ash de la película Alien admira la pureza de ese horrible ser que está acabando con la tripulación de la nave Nostromo porque, como reconoce ante Ripley, es un superviviente al que no afectan la conciencia, los remordimientos o las fantasías de moralidad. Doug Stamper y la secretaria de Sanidad no son como la criatura de Alien porque tienen conciencia, remordimientos y fantasías de moralidad. Prefiero a la gente del presidente antes que a los hombres del alcalde, pero Platón sigue sonriendo. Maldita sea.

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