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El análisis

La celebración sesgada del 14 de abril

En su libro Ser español, el filósofo Julián Marías, denunció la tergiversación de la historia de España "por los partidos nacionalistas que cuentan una historia que no ha existido jamás, y por los partidos nacionales que ignoran la historia de España". Una parte de la izquierda española, que ha derivado al nacionalismo independentista, traicionando su clásico internacionalismo, ha celebrado la conmemoración de la proclamación de la II República reclamando el derecho a decidir en Cataluña, la España plurinacional, y el derecho a la autodeterminación, que la II República, al igual que todas las Constituciones democráticas del mundo, no reconoció nunca, sino sólo las autonomías regionales, para las que se aprobaron los Estatutos del País Vasco en 1936, y en el de Cataluña en 1932, sin concesión alguna al nacionalismo soberanista, tras un histórico debate parlamentario los días 13 y 27 de mayo de 1932, entre Azaña, -que pronunció un discurso integrador de Cataluña en España, considerado como el más importante que se haya oído en el Congreso de los Diputados-, y Ortega y Gasset, que advirtió a los catalanes independentistas que no presentaran su afán en términos de soberanía, sino de autonomía, porque entonces no se entenderían. Sin el estudio y la lectura de estos discursos, no es posible entender el problema de Cataluña.

La nueva izquierda emergente, que no ha sabido olvidar nada ni aprender nada, pretende la reforma de la Constitución y una segunda transición, imposible sin el consenso de la primera, y ha desenterrado la intransigencia secular de España, y el rencor y el odio contra el adversario político, negándose a negociar con la derecha democrática española, demonizándola, a pesar de que sigue siendo la más votada, y acusando a Felipe González de asesinato, como ha hecho Pablo Iglesias en una intervención parlamentaria. Esta izquierda sectaria ha cuestionado la sincera voluntad de reconciliación de los que venimos trabajando por recuperar el legado de la II República, e ignora que fueron los líderes políticos republicanos más significativos, los que, en plena guerra civil, cimentaron las bases sobre las cuales, superada la dictadura y la transición, se pudiera asentar la reconciliación. En efecto, el 18 de julio de 1938, Don Manuel Azaña, en el Ayuntamiento de Barcelona recordada, en un famoso discurso: "que somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo, ... y a esos hombres que han caído embravecidos en la batalla, luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que, ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Perdón, Piedad". El Consejo de Ministros presidido por el Dr. Negrín aprobó el 30 de abril de 1938 los trece puntos que serían publicados el 1º de mayo, que se denominaron Declaración de Principios o Programa de Estado, en cuyo punto 13 se establecía: "Amplia amnistía para todos los españoles que quieran cooperar en la inmensa labor de la reconstrucción y engrandecimiento de España. Después de una lucha cruenta como la que ensangrienta nuestra tierra, en la que han surgido las viejas virtudes del heroísmo, cometerá un delito de alta traición a los destinos de nuestra patria aquél que no reprima y ahogue toda idea de venganza y represalia, en aras de una acción de sacrificios y trabajos que por el porvenir de España estamos obligados a realizar todos sus hijos". Desde su exilio mejicano, Indalecio Prieto, exclamó: "Me están vedados los cementerios de España, pero si pudiera volver a ellos, pondría un ramo de rosas rojas en las tumbas de mis adversarios que también murieron por España".

En la España actual, asolada como en 1929 por la crisis económica mundial, con una crisis política sin precedentes, desde la transición, y con un desafío independentista catalán de imprevisibles consecuencias, no se dan las circunstancias ni las condiciones objetivas para una Tercera República, que no sea efímera como la Primera y la Segunda, ni su proclamación puede anticiparse prematuramente, mientras la Constitución no se reforme con consenso mayoritariamente cualificado, refrendado por el pueblo español, y la monarquía garantice y respete, como lo ha hecho impecablemente desde la transición, la soberanía popular y la democracia. Como ha sostenido Alfonso Guerra en la reunión del Grupo Parlamentario Socialista del 10 de junio de 2014 : "El debate de monarquía/república ya se produjo en esta Cámara, gracias a los socialistas. Presentamos un Voto a favor de la república. Se votó, se perdió y acatamos la decisión. Es conocida nuestra preferencia republicana y no hay que ocultarla, pero también sabemos que el socialismo, en el poder y en la oposición, no es incompatible con la monarquía, cuando esta institución cumple con el más escrupuloso respeto a la soberanía popular y a la democracia. Cuando los fundadores del Partido, Pablo Iglesias a la cabeza, elaboraron el Programa Máximo del Partido, el ideal, no inscribieron en él la forma de gobierno republicana, lo que da idea del carácter secundario que tenía para los socialistas. El PSOE fue republicano cuando no hubo otra forma de asegurar la soberanía popular, el imperio de la ley".

No están legitimados ni política ni moralmente para propiciar la Tercera República los nacionalistas independentistas catalanes, que traicionaron a la Segunda en la Guerra Civil, como denunciaron Negrín y Azaña. "Todos decían amar a la República y todos se concitaron para destruirla", lamentó Indalecio Prieto. Los que traicionan el legado reconciliador de la Segunda República con su intransigencia y con el fomento del odio y del rencor, ya se están concitando para destruir a la Tercera.

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