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El análisis

Apuntes para una administración resiliente

No se puede concebir una sociedad moderna sin una administración eficaz y eficiente. Las sociedades abiertas, en las que se incluye España, requieren administraciones fuertes -que no es lo mismo que sobredimensionadas- poderosas y flexibles. La flexibilidad, al contrario de lo que le pudiera parecer a algunos, no es debilidad sino fortaleza. La flexibilidad permite la adaptación constante a unas necesidades siempre cambiantes y complejas y la hace resiliente, que es algo más que resistente, permitiendo afrontar las diversas adversidades sin romperse, es decir, sin colapsarse y sin perder el rumbo.

Las sociedades abiertas asumen la complejidad como un factor insoslayable y definitorio de las mismas, allí donde hay sociedad hay complejidad. Ante esta certeza debemos plantearnos la necesidad de buscar modelos que permitan la gestión de la complejidad, y, en el caso de las administraciones propias de las sociedades occidentales, además, se hace imprescindible estudiar y evaluar qué administración necesitamos para la consecución de un interés general que debe gestionarse en el seno de un contexto líquido e inestable.

Somos muchos a los que nos gustaría contar con una administración que no se limite a gestionar los asuntos públicos sino que se convierta en un agente capaz de liderar procesos de transformación en la sociedad y que lo haga permitiendo la confluencia de voluntades de agentes públicos y privados. La administración debería, pues, liderar o acompañar los cambios sociales y económicos, saliendo al encuentro de las dificultades e identificando las potencialidades que nos conduzcan a un futuro mejor y hacerlo, todo ello, erradicando cualquier tentación dirigista.

Este enfoque nos sitúa ante una administración relacional. ¿Pero acaso podemos definir a la administración española como relacional? La respuesta es negativa... difícilmente los rasgos principales podrían caracterizarse de relacionales. El primer factor a analizar es escudriñar si nuestras administraciones, más aún si cabe desde que somos un Estado complejo, son capaces de relacionarse entre ellas con complementariedad y fluidez, y la respuesta evidente es que no. Existen dinámicas internas en las administraciones que crean un medioambiente cuya cultura instala más bien un funcionamiento compartimentalizado. No existe una cultura colaborativa ni siquiera en el interior de una misma administración. El principio de competencia, por ejemplo, que ayuda a estructurar y racionalizar la administración, y que intenta poner coto, entre otras cosas, a la duplicidad, porta en sí mismo también la semilla de las perspectivas estanco, es decir, visiones sectoriales encerradas sobre sí mismas y excluyentes. La ordenación y racionalización del sistema administrativo no debería llevar a nuestras administraciones al bloqueo o ralentización.

Cada vez son más los asuntos, que para llegar a buen puerto, requieren la confluencia de distintos departamentos de una misma administración e incluso la concurrencia de trámites ante distintas administraciones. Esto, con la actual dinámica de compartimentos casi estancos, retrasa y dificulta sobremanera la consecución de objetivos en el ámbito de la eficacia y eficiencia del sistema administrativo.

A modo de ejemplo, y apoyándonos en el enorme potencial de las tecnologías, un ciudadano o cualquier administración una vez iniciado un trámite debería ser informado de manera cierta y rápida sobre todos los pasos a seguir, no solo ante la administración que inicia o recepciona la solicitud sino ante todas las administraciones o departamentos llamados a intervenir. Esto significa que debería darse con carácter previo una evaluación de transversalidad del expediente, que si bien supone un esfuerzo añadido, a medio plazo hará mucho más ágil, eficiente y transparente a la administración de cara al ciudadano e incluso mejorará el funcionamiento interior.

La vida en nuestras sociedades se ha vuelto tan compleja en las relaciones administración-administrados que existe un deber ético, y una necesidad operativa de ayudar a los ciudadanos a despejar el bosque exuberante y, en no pocos caso inextricable, de la normativa administrativa. Este esfuerzo clarificador además de facilitar las relaciones entre los ciudadanos y los poderes públicos, algo de por sí necesario, tendrá efectos positivos inmediatos desde el punto de vista de la eficiencia administrativa. ¿Cuántos tramites que requieren, por ejemplo, diversos informes sectoriales, terminan bloqueados, por recaer sobre ellos propuestas no siempre compatibles?

Tenemos que ser capaces de cambiar la cultura subyacente que nos lleva a ver los asuntos desde una única óptica y apostar por la integración de perspectivas diversas, pero esto debe ser realizado no al final del camino, sino desde el mismo momento en que se inicia el proceso. Esto como es obvio, además de una cambio de "cultura" o mentalidad, que es siempre lo más difícil, hace también imprescindible un cambio de metodología que podría comenzar con algo tan sencillo pero innovador en nuestro país: aprender a trabajar en grupo.

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