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Reflexión

Exterminio

Robert Musil, autor de una de las obras más importantes del siglo XX, El hombre sin atributos, presenta a su personaje principal como un idealista que navega por las procelosas aguas de la Europa de entreguerras en una ciudad que, por mucho que fuera su interés en negarlo, recordaba demasiado a su querida Viena, el núcleo de la vanguardia y el pensamiento más innovador, pero también la cuna de Hitler. Estas contradicciones las resuelve el novelista con una simple frase, una metáfora que, en la inteligencia del lector, recrea un estado de ánimo y un principio de entendimiento de las cosas. Dice de Ulrich, el matemático educado en un internado bruselense, que es un individuo que "ha bajado de la luna y ha vuelto a subir a ella".

Me he acordado de esta secuencia verbal al leer las ocurrencias del militante de Izquierda Unida en Menorca que, más o menos, invitaba a "exterminar a diez millones de ignorantes", desde su cuenta de Facebook. Se refería, cuando lo aclaró, a todos aquellos que no votaban a una opción de izquierdas, a los que preferían pensar de un modo distinto al suyo. Esta ocurrencia, y ya resulta difícil calificarla así, se suma a la larga lista de exabruptos, insultos o vejaciones con las que nos regalan los oídos los representantes de ciertas tendencias ideológicas en alza. Más temprano que tarde, este impresentable, que responde al nombre de Carlos Pons, recibirá el oportuno juicio de la opinión pública. Pero, lo que se sustancia, tras esta insondable cadena de improperios y desatinos, es otra cuestión.

La diatriba del tal Pons resulta inoperante, por injusta y abiertamente contraria a los principios democráticos de la sociedad moderna que es ya España, y, sin embargo, la verbosidad de la que ha hecho gala el balear, aun siendo una mera anécdota, apunta a un interrogante inquietante. ¿Qué es hoy ser de izquierdas? ¿Acaso la distinción del profesor Bobbio, simple pero efectiva, entre los defensores de la igualdad y los postulantes de la libertad, ha sido superada? Atendiendo al discurso de los políticos de turno, la respuesta, al menos a la segunda pregunta, persiste en su negativa. Los conservadores mantienen inquebrantable su alegato por las libertades y los progresistas contestan con un entusiasta proyecto igualitario. Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado si, de veras, ha existido una alteración de las fronteras ideológicas entre los miembros de la izquierda?

La izquierda española, y al parecer la europea, está dividida en sus planteamientos de partida, aquellos que intentan definir y atajar los problemas de la realidad social y política. Por una parte, el socialismo igualitario y posibilista, que tantos triunfos le granjeó a una opción política de corte mayoritario, tropieza a menudo con los errores del pasado, con una tradición en la que la "cal viva" juega un importante papel, pero no sólo ella. Muchos votantes aprecian serios indicios de decadencia, de agotamiento ideológico, harto evidentes en el contenido de los programas. En cierta manera, sus partidarios serpentean entre mares de corrupción y despropósitos, como el hundimiento de la educación hispana, que, lejos de congraciarles con sus representantes, terminan por apartarlos paulatinamente de una línea de pensamiento que se debilita a pasos agigantados. En otra orilla, surge un izquierdismo rabioso, porque radical se queda hasta corto en su dimensión social, que aspira a reemplazar al anterior, pero que, como en el ejemplo que abre esta columna, cae en la ocurrencia, si no está instalado en ella desde su origen. La depresión del socialismo moderado y tacticista ha dado lugar al encumbramiento de la rabia populista, en la que la izquierda se comprende de manera muy distinta a lo conocido.

En actualidad, ser de izquierdas es vadear entre dos aguas, dos mundos en los que la realidad se desvanece. Intelectualmente hablando, pensar la izquierda es vital y necesario para vertebrar la sociedad, pero, por ahora, esta labor no ha sido llevada a cabo con la debida solvencia. Parece que, tantos los dirigentes como los militantes de base, han perdido el norte. Los desvaríos del exterminio de los que no piensan como nosotros, de los diferentes, remiten a un tiempo que uno creía ya felizmente superado. Sin embargo, las ocurrencias políticas, que comenzaron con el simbólico cenicero del concejal de Carmena, han llegado a lo injustificable, al señalamiento de muerte para un amplio sector de compatriotas. Dudo que esto sea lo que persigue la genuina izquierda y, por ello, desde estas líneas, y con toda modestia, invito a que los que así lo sientan, incluso en el plano emocional, reflexionen sobre lo qué es ser de izquierdas en estos cruciales momentos de la política nacional.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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