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Crónicas galantes

Vuelven los cuentos chinos

El comunismo era un cuento chino, según descubrieron hace más de veinte años las autoridades de Pekín: y antes los rusos. Como son gente práctica, los herederos de Mao se limitaron a corregir un poco los estatutos del partido con el añadido de un párrafo en el que se dice que "enriquecerse es glorioso" o algo semejante. A continuación asumieron la economía de mercado en su versión más primitiva y así es cómo pasaron de vivir en la hambruna a convertirse en la primera potencia económica del mundo. Sin dejar de ser una dictadura, naturalmente.

Esto y la anterior quiebra por ineptitud de la Unión Soviética debiera haber bastado para que dejásemos de discutir sobre la solvencia del sistema ideado por Marx y aplicado por Lenin, Stalin y Mao; pero va a ser que no.

A lomos de una de las periódicas crisis del capitalismo vuelve ahora a recorrer Europa el fantasma al que hacía referencia Marx en los párrafos iniciales de su Manifiesto Comunista. Y no solo eso. También el fascismo, que fue la otra cara de la misma moneda en los años treinta, resurge electoralmente en países como Francia, donde el Frente Nacional de Marine Le Pen amenaza con el sorpasso a las fuerzas del sistema. Del sistema democrático, por supuesto.

Son nostalgias propias de las épocas de incertidumbre económica. Hablar de las ventajas del socialismo científico o de las del fascio resulta tan anacrónico como vindicar las bondades de la máquina de vapor; pero lo cierto es que los partidos antisistema no paran de reclutar feligreses en las urnas.

Grupos directamente llegados del siglo XIX, como la CUP, cuentan con un no pequeño número de diputados en el Parlamento de Cataluña y hasta se dan el lujo de nombrar y luego derribar con su voto a los gobiernos burgueses. Otras formaciones, tal que Unidos Podemos, abogan con algo más de disimulo por el capitalismo de Estado y el control de la economía y la sociedad; lo que no impide que recauden un creciente número millonario de papeletas a cada nueva elección.

Todo esto da lugar a una curiosa paradoja. Mientras los antiguos países comunistas se entregan a la variante más asilvestrada del capitalismo, algunos de la órbita de la democracia parecen caer bajo la seducción del viejo socialismo marxista. Ni siquiera importa gran cosa que este último sistema haya fracasado sin excepciones allá donde se implantó. "Esta vez no caeremos en los mismos errores", dicen sus nuevos partidarios con una fe que se parece mucho a la del carbonero.

Todos ellos -fascistas y comunistas- echan pestes de la mundialización de los mercados y de la apertura de las fronteras al libre comercio, convencidos en apariencia de que se le pueden poner puertas al campo.

Más pragmáticos, los chinos, los vietnamitas y quizá muy pronto los castristas de Cuba, prefieren disputarse las factorías donde las grandes multinacionales de Occidente fabrican a bajo coste laboral los productos que luego venden en todo el mundo. Es una especie de contradictoria joint-venture entre el viejo comunismo reconvertido y el capitalismo de siempre.

Nada de esto disuade, sin embargo, a los votantes antisistema de apoyar con su papeleta el regreso de los antiguos fantasmas a los que aludía Marx. Se conoce que, ya que no en China, los cuentos chinos vuelven a estar de moda en la Europa socialdemócrata.

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