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Perspectiva

Ignacio de Loyola: un líder que vuelve a nacer

Para recordar la fiesta que cerró el mes de julio, se nos ocurre aportar algunos aspectos menos conocidos del peregrino de Loyola.

Abraham Zaleznik, profesor en Harvard, reconoce que los líderes son individuos que nacen dos veces, que tienen alguna experiencia extraordinaria que les lleva a cambiar de rumbo. En consecuencia se concentran en sí mismos para resurgir con nueva identidad, no heredada. Junto con sus nueve compañeros Ignacio conseguirá que sea aprobada la Compañía de Jesús que se verá unificada por el amor, la lente por la que los jesuitas miraban el mundo que les rodeaba. Su lema, que tantos problemas le dio en Roma, era ser "contemplativos en la acción": confesar, predicar, visitar a los pobres; además fundó la "compañía de los huérfanos", catequesis para judíos y musulmanes convertidos y la "Casa de Santa Marta" para las mujeres arrepentidas.

Sobre todo el santo de Azpeitia quiere que la persona decida en clima de libertad. No es una libertad de eslogan político sino una invitación para que cada uno encuentre cómo llegar a ser persona (la persona no nace, se hace). Para amar y para aceptar el amor, para saber decidir y para admirarse ante la belleza de la creación. Valorando, como él lo experimentó, que la amistad se realiza cuando dos hacen el camino juntos.

Al principio Iñigo creía que su compañero era la conquista de tierras y bellas damas, pero el bombazo en la pierna le abrió otro camino: cómo encontrar a Dios en todas las cosas. Es decir, en el buen sentido de la palabra, sacar provecho, "señalarse" en la santidad, autorrealizarse, valorando las cualidades personales para solucionar los problemas concretos. En boca del historiador inglés J. Wright han sido educados cortesanos en París, Pekín y Praga, y han dicho a los reyes cuándo casarse y cuándo y cómo ir a la guerra; han servido como astrónomos a los emperadores chinos o como capellanes al ejército japonés que invadió Corea. Han dispensado sacramentos y homilías y han proporcionado educación a hombres tan variados como Voltaire, Descartes, Calderón de la Barca, Francisco de Quevedo, san Francisco de Sales, José Ortega y Gasset, Antoine de Saint-Exupéry, De Gaulle, Fidel Castro, Hitchcock, James Joyce, Cela y Felipe VI.

La Compañía ha florecido en el mundo de las letras, las artes, la música y la ciencia, teorizando acerca de la danza, la enfermedad y las leyes de la electricidad y la óptica. Jesuitas han afrontado los desafíos de Copérnico, Descartes y Newton; y treinta y cinco cráteres de la luna llevan el nombre de científicos jesuitas. Sus Ejercicios Espirituales son el código más apropiado para dirigir a las almas por el camino de perfección: "descubrir la voz de Dios en la vida diaria". Experiencia del seguimiento de Cristo bajo el estandarte de la cruz, renunciando a ganar el mundo para no perder la propia vida, la salvación.

En contra de los típicos detractores, anclados en el pasado, que piensan "que ya no somos lo que éramos", hay que decir que la señal distintiva de la Orden ha sido el conocimiento, el ingenio, el amor y el heroísmo que hace a una persona soñadora y pragmática al mismo tiempo. Siempre ha habido quienes han criticado las posiciones "políticas" y estilos de nuestro apostolado.

Unos porque nos veían atados al poder y otros porque piensan que estamos demasiado inmersos en un mundo secular o porque hemos unido peligrosamente la fe con la justicia. O como decía un fraile desconocedor de nuestra espiritualidad, estamos en crisis porque en vez de seguir a Ignacio hemos dado más importancia al P. Arrupe, el gran Superior de la Compañía que durante su mandato tuvo que aguantar injerencias papales, callándose y agachando la cabeza. Un vasco que además de resaltar la importancia del encuentro personal con Dios vivió momentos sangrientos como el bombardeo de Hiroshima que le brindó la oportunidad de ejercer sus conocimientos de Medicina para auxiliar a los heridos (fue compañero de Severo Ochoa, Nobel de Medicina). Un apóstol que definía un modo de apostolado moderno: "debemos ser agentes de transformación en nuestra sociedad, trabajando activamente por cambiar las estructuras injustas" (Quito, 1971)

Pero por encima de ideologías y postureos san Ignacio comprobó que el amor era lo que inspiraba esta nueva Compañía. Por eso el liderazgo no se basa en el principio de autoridad o en los diplomas obtenidos. Más bien hay que ponerle el mejor soporte: una estima sincera. Que se traduce -siguiendo a Lowney ex-jesuita de New York- en:

- Una visión para ver el talento, potencial y dignidad de cada persona.

- Valor, pasión y compromiso para desatar ese potencial.

- Lealtad y mutuo apoyo que vigorizan y unen los equipos.

Eso, como "semilla" es lo que pretendemos realizar, contra viento y marea, a través de nuestras obras, no siempre reconocidas: Colegio Loyola, R. ECCA, Casa de Espiritualidad en Tafira, Centro Loyola, templo de san Fco. de Borja, ayuda en algunas parroquias, etc.

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