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Panegírico y 'réquiem' para Fernando Estévez

La muerte de Fernando Estévez -Doctor en Filosofía y Profesor Titular de Antropología Social de la Universidad de La Laguna -me ha impactado sobremanera. Fernando fue mi maestro y mi amigo, y tuve la suerte de realizar mi tesis doctoral bajo su dirección y al amparo de una beca de investigación de la Comunidad Autónoma de Canarias.

Pasamos largas veladas en las que intercambiábamos impresiones en materia de historia epistemológica de la antropología, teoría antropológica, antropología política, filosofía en general, y filosofía de la ciencia en particular. Fernando dominaba a la perfección todos estos campos. La filosofía de la ciencia era su vocación auténtica, lo cual le hizo recalar en el estudio de la filosofía de la antropología.

Tenía una cualidad natural para atraer al alumnado y convertir a algunos de ellos en sus discípulos. Aún recuerdo el día en que me acerqué a él solicitándole que me dirigiera una tesina relacionada con los problemas de la antropología como ciencia social. Accedió sin cortapisas y a partir de aquel momento surgió entre ambos una relación de trabajo y amistad que perduró hasta el presente. Desde el principio caí en la cuenta de la suerte que yo había tenido al ponerme bajo su dirección, sobre todo en su manera de perfilar la dimensión intelectual en todos los niveles.

Ha pasado más o menos un lustro desde la última vez que nos vimos para rememorar viejos tiempos de charla y conversación intelectual y personal. Ya anteriormente yo había dado el salto a la Enseñanza Media en Gran Canaria, mientras él continuó con su trabajo en la Universidad de La Laguna. Es por ello que no tuve constancia de su enfermedad, y su muerte me ha cogido por sorpresa. Son muchos los recuerdos que ahora afloran en mi mente. Gracias a su concurso pude aprender a concebir la escritura como un arte y la investigación como algo serio y profundo. Así, era riguroso en la realización de tesis doctorales y tuve que realizar un buen esfuerzo para satisfacer sus expectativas.

Había muchos elementos en su acervo intelectual que me llamaron la atención. Trabajador incansable, escribía y publicaba con una facilidad aplastante. Su currículo era sorprendente y su facilidad para encontrar temas de investigación parecía no tener límites. Muchos de estos temas que él mismo podía trabajar los pasaba a otros, entre los cuales me incluyo. Fue él quien introdujo temáticas como el turismo, el cuerpo, la Raza en Canarias durante el siglo XX etc. Mientras, él realizaba estudios sobre etnicidad y nacionalismo en el campo de la antropología canaria y no canaria. En cierta ocasión me acerqué a su casa y me dirigí a su biblioteca quedándome absolutamente asombrado. Miles y miles de libros, muchos de ellos apilados en el suelo pues las estanterías no daban para más. Muchos de ellos eran absolutamente actuales pues Fernando compraba libros que sirvieran a sus discípulos en sus trabajos. Si algo de calidad tuvo mi tesis se debió en parte a los libros actualizados que me prestaba.

Su vocación teórica no le impidió dar un salto para dirigir diversos proyectos de investigación en grupos, con el establecimiento de directrices para la realización de trabajos de campo, aunque teniendo siempre un pie en la filosofía y realizando el esfuerzo para compartir reflexiones filosóficas puras en grupos de análisis. Al mismo tiempo, tuvo que atender a mi empecinamiento en el estudio de la teoría antropológica, aunque este era un campo que le llenaba intelectualmente y le permitía moverse con su típica soltura.

También durante el tiempo en que fue director -después coordinador- del museo de antropología (Casa de Cartas) me permitió colaborar en los proyectos del museo, en el que pasábamos muchas horas trabajando e intentando innovar. No obstante, este intento de innovación no fructificó debido a presiones externas que asfixiaron el talante rupturista y modernizador de Fernando. Con todo, destacó ampliamente en la realización de exposiciones y en el trasfondo teórico de las mismas.

La última vez que nos vimos me dijo con talante coloquial que en ese momento se separaban nuestros caminos. Nunca pensé que aquella separación iba a ser para siempre, y ahora que ya no me oye, no puedo evitar que me tiemblen las manos al escribir estas líneas, que oiga de fondo pero no escuche la radio, que encienda un cigarro tras otro, y que inevitablemente piense en la vida y en la muerte, mientras el ambiente se ensombrece. Todo esto sabiendo como sé que todos los que lo apreciamos lo mantendremos siempre en nuestro recuerdo. Descanse en paz.

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