La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

No me chilles que no te veo

Ciegos y sordos. Pero no mudos, que sería lo deseable. Los políticos, agrupados cual bandas barriobajeras, se entregan a puñaladas, venganzas, arribismos y egos. Lo más sucio y reprobable de cada casa. La política, manchando el nombre del bien común, ya no puede tener peor cara.

¿Pistoleros en calles sin ley? No. Son nuestros representantes a los que dimos un mandato democrático, no un pasamontañas de pandilleros. Políticos que han sido designados para gobernar, administrar y solucionar problemas, no para crearlos.

Vamos para un año sin gobierno en España y a este país solo lo saca la voluntad, empuje, sacrificio, bemoles y tragaderas que demuestran sus ciudadanos. Un país que presencia en directo, atónito, cómo los dirigentes de los partidos se chillan pero no se ven. O se ven y también se chillan.

Y, además, navaja en mano. Hasta el punto de morir matando como en este espectáculo bochornoso que nos ofrece la guerra de los Rose que es ahora el PSOE. Intrigas palaciegas y traiciones sibilinas que han dado paso a motines orquestados y bandos apostados en trincheras. Una esquizofrenia que ha conseguido quebrar en dos mitades un partido tan histórico como histérico.

En plena refriega y chillidos a coro, ni una sola voz advierte de lo mucho que tendrán que avergonzarse. Porque mientras ellos se matan por su trozo miserable de poder, por cobrarse sus venganzas y por averiguar quién la tiene más larga, el resto libra su auténtica batalla diaria: la de cómo salir del paro, cómo afrontar las facturas del mes o cómo evitar que quiebre su empresa.

Nada distinto a lo que está ocurriendo en esta comunidad autónoma, a donde también ha llegado el macarrismo político, ese que quizás nunca se fue y que sólo estaba agazapado esperando el momento de asaltar otra vez focos y platós.

Un gobierno canario que se rompe; unos ayuntamientos y cabildos que esperan en la bajadita para culminar la venganza; una oposición que se frota las manos; y unos ciudadanos que han cometido el grave pecado de confiar en sus representantes para que comanden la salida de una grave crisis. Este es el escenario.

Un escenario donde ya no cabe más hartazgo. Es absolutamente indiferente quién empezó primero, quién tiene más culpa y quién la razón si es que alguien la tiene en este despropósito común. Pero una cosa es cierta: no nos merecemos esto. Canarias no se merece esto. Ahora, no.

En estas islas asirocadas ya hemos vivido demasiados episodios mezquinos y hasta ruines. Somos muy complicados y tenemos el máster en jeringar al contrario, y también al propio, traiciones mediante. Sin embargo, lo menos que necesitamos en estos momentos es una guerra de guerrillas en las instituciones públicas canarias.

Y así se lo expresaba a un político en un intercambio de opiniones sobre este macrolío y sobre la habilidad para arreglar un entuerto en el que ellos solos se han metido. A lo que me respondió que no había que ser muy inteligente porque consiste en centrarse en el interés general, olvidar los egos y pensar más en la gente.

Tres razones fundamentales que demostraban -aunque ya lo sabía- que hablaba con un político inteligente. Y tres razones que deberían sellarse a fuego los todavía socios de gobierno para que puedan ver, escuchar y dejar de chillar.

Compartir el artículo

stats