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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Un rector, más que un rector

Este artículo lo empecé a escribir media hora después del cierre de las urnas para la elección de rector de la ULPGC, con Robaina y Montoya en pugna. Pero a la hora en que usted manche la página dos con la gota del café del desayuno no podrá pensar, ni mucho menos, que está ante un pescado viejo, maloliente y con los ojos vidriosos. En realidad no tiene nada que ver con el ganador, ni tampoco con los talantes por los que se rigen los que fueron contrincantes, ni tampoco con sus respectivos programas, por lo que su vigencia procede. No es, quiero ratificar, un cadáver amoratado por los golpes que le inflige el segundo a segundo digital. El caso es que en paralelo a la carrera electoral por la ULPGC me entero que la Complutense no va a extinguir su histórica Facultad de Filosofía, cuya existencia pendía de un plan para fusionarla con Filología. En su tribuna profesoral estuvieron, entre otros, María José Zambrano y José Luis Aranguren, auténticos oasis del pensamiento tras el final de las palabras de Ortega o Zubiri en la España damasiana de los Hijos de la ira, buque de su poesía. Respetarla y no arrasarla por las exigencias del organigrama será valorado, porque hoy la Filosofía, por desgracia, resulta pisoteada, echada a los cerdos, frente a las urgencias del utilitarismo. Y eso que los buscadores de cerebros de empresas reclaman, a la hora de encontrar aspirantes, una mixtura inefable entre bróker, informático y con algún conocimiento sobre el mundo que le rodea, algo, esto último, que suele ser resuelto con un curso rápido con un coach o una autoayuda de nivel. Desean y aspiran a que los estudios de Humanidades pasen a ser meros instrumentos de sus ambiciones, y nunca núcleos de pensamiento independientes que cuestionen los poderes y sus tentáculos. No sabemos cuál será el destino final de los estudios de Filosofía, ni tampoco dónde acabarán los que imparten la disciplina, pero está claro que el rector entrante debe hacer patente la dignidad de la Universidad, y no dejar que sea un invitado educado, acrítico e invisible.

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