La genética y la socialización dan sorpresas: una nieta del almirante Luis Carrero Blanco, Lucía, escribe una carta pública en El País en la que se reconoce "asustada" por la condena a cárcel de una estudiante de 21 años, Cassandra Vera, por los chistes que publicó sobre su abuelo en Twitter. La descendiente del hombre que voló por los aires por una bomba de ETA, en 1973, empuña la espada de la libertad de expresión contra la decisión de la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Todo un golpe en la médula contra el orden imperante, quizás más heredero del conservadurismo de su abuelo que lo que la herencia familiar logró infiltrar en ella. "Pero, por muy legal que sea, me parece un absoluto disparate. No creo que sea ni proporcionada ni ejemplarizante. Tan solo atemorizadora, y no solo para la acusada, sino para todos los que vivimos en una democracia", esgrime la nieta en su misiva. Resulta la mar de psicoanalítica esta reclamación por venir de quien viene, y más en una democracia constitucional que en nada se parece al régimen al que sirvió la víctima. Podría ser hasta el argumento para una película: la desvertebrada misión democrática frente a la serenidad de los supuestamente ofendidos, que en el caso de Lucía es transmitida así: "El miedo jamás genera respeto, solo rencor", relata en su testimonio. ¿Tiene sentido sacar el mandoble judicial para un asunto del túnel del tiempo, casi curado, y ahí está la descendiente para demostrarlo fehacientemente ("esto, insisto, me entristece, pero no me preocupa")? Según aconseja el sentido común, parece que no. Otra cosa es que en la judicatura se dediquen a hacer ditirambos interpretativos sobre qué es el enaltecimiento del terrorismo, y por supuesto que a peder el tiempo con denuncias interpuestas por asociaciones de nostálgicos a los que algunos con puñetas hacen caso en cumplimiento exacerbado. Más allá del asombro, la razón, la equidad, el positivismo y el sosiego que respira la letra de la nieta del que estaba predestinado para algo.
