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EL CALLEJÓN DEL GATO

El problema catalán y el arte de conllevar

A quí no queda otra que "conllevar" que, tal como define la RAE, la palabra no es otra cosa que sufrir o soportar las impertinencias o el genio, en este caso, de unos dirigentes de una autonomía que se han echado al monte y ahora, no saben, no pueden o no quieren volverse atrás. Como ya sabemos esto viene de lejos, lo que ocurre ahora es que a unos y otros las cosas se les ha ido de las manos sin que nadie ponga cordura en el asunto.

Ya en mayo del año 32 del pasado siglo el Congreso de los Diputados debatió el proyecto de Estatuto catalán que había presentado la Generalitat de Francesc Macià. El borrador pretendía la instauración de un régimen federal y una amplia concesión de competencias para Cataluña. Estas intenciones, que no estuvieron presentes en el documento que se aprobó al final, suscitaron un debate afilado y confuso, reflejado en las intervenciones de los portavoces de los distintos grupos parlamentarios, que se prolongaron durante meses. Entre ellos se encontraban Manuel Azaña y José Ortega y Gasset.

La aprobación del Estatuto, que ambos pretendían, supondría, según el filósofo, tan sólo un acercamiento a la concordia. Sin embargo, Azaña creía en el texto autonómico como un modo de solucionar el problema desde su raíz. Dijo Ortega: "¿Qué diríamos de quien nos obligase sin remisión a resolver de golpe el problema de la cuadratura del círculo? El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello no sólo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los españoles".

"Es un problema perpetuo, que ha sido siempre, y seguirá siendo mientras España subsista. Este es el caso doloroso de Cataluña; es algo de lo que nadie es responsable; es el carácter mismo de ese pueblo; es su terrible destino, que arrastra angustioso a lo largo de toda su historia". Está meridianamente claro que el maestro Ortega ya hace muchos años definió y desarrolló lo que pasado el tiempo aún nosotros seguimos denominando como "el problema catalán".

Y concluye: "La solución del nacionalismo no es cuestión de una ley, ni de dos, ni siquiera de un Estatuto. El nacionalismo requiere un alto tratamiento histórico; los nacionalismos sólo pueden deprimirse cuando se envuelven en un gran movimiento ascensional de todo un país, cuando se crea un gran Estado en el que van bien las cosas, en el que ilusiona embarcarse, porque la fortuna sopla en sus velas. Un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos: un Estado en buena ventura los desnutre y reabsorbe".

Menudo espectáculo independentista insufrible hemos visto esta semana viendo cómo el señor Más arropado por una masa de nacionalistas se dirigía a los tribunales junto a Rigau y, por mor de la casualidad, Ortega. Cosas de la vida, algunos de ellos, no hace mucho, proclamaban a los cuatro vientos que el independentismo es un concepto "anticuado y oxidado", Artur Mas dixit.

De aquel que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero.

Y que nadie se confunda hablando de sentimientos cuando esto es un asunto de dinero.

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