Irene Montero, portavoz de Podemos, le pregunta al ministro de Justicia, Rafael Catalá, sobre la mafia del canapé, nuevo hallazgo de la formación de Pablo Iglesias para referirse a los mecanismos de poder para dar a luz decisiones trascendentales que no pasan por los filtros parlamentarios. Ocurre en la sesión de control de los miércoles, y la verdad es que la mención puede resultar tan exitosa como la caspa, ya a la deriva y muy del principio de los principios. El miembro del ejecutivo de Mariano Rajoy no tenía ni idea de la hijuela de Corleone, y demandó a Irene Montero pruebas sobre el particular, que es como preguntar cuántas bolitas de caviar tenía el canapé que pasó el camarero en la gala del último Premio Planeta. Entre el protocolo y la demencia monclovita, el acto más exhibicionista de la caída de Sodoma y Gomorra tuvo lugar en la boda de la hija de Aznar en El Escorial, de cuya asistencia se puede deducir que hubo una mafia, luego empurada en mayor o menor medida, de comisionistas horteras que ahora están en el banquillo. En cuanto a la mafia del canapé, entretenimiento que decayó por la crisis y que ahora despega con el repunte, Podemos observa que allí se cuaja la endogamia empresarial y judicial, igual que en los palcos de los estadios señeros, donde entre goles y montaditos de fantasía se acuerdan decisiones que incumben a los tribunales y a procedimientos en marcha. ¿Cómo va a saber el ministro del particular? Citó Montero a tiburones como Blesa y Rato, y la sospecha de que se colaban asuntos de peso entre mordida y mordida a la esponjosa masa de los aperitivos fríos. La existencia o no de comportamientos mafiosos tendrá que ser demostrada, aunque por lo pronto se sabe que hay contactos muy cercanos entre jueces y empresarios, sin ir más lejos aquí al lado. Y sin canapé, más bien con mantel.
