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MIRADAS

El Museo Canario, faro y guardián de nuestra historia

De una forma u otra he estado siempre relacionado con el museo de museos de Canarias. Durante mucho tiempo, de estudiante que vivía en Vegueta y que subía desde la plazoleta de Santa Isabel a la calle Castillo a ver a sus abuelos. Desde entonces no me gustaba repetir el camino, tampoco hoy los senderos, y ascendía unas veces por García Tello y la plaza de Santo Domingo, otras por López Botas y Santa Bárbara y en menos ocasiones por Doctor Chil, calle siempre con más tráfico y mayor lustre. Por cualquiera de los recorridos presentía el influjo cultural e histórico que emanaba el edificio de El Museo Canario, faro y guardián de nuestro patrimonio arqueológico y de la bibliografía más completa sobre nuestra historia. De aquella época recuerdo que no existía la tradición de que los colegios llevasen a los alumnos al Museo, ni menos que un grupo de chiquillos se acercase espontáneamente a visitarlo. Afortunadamente esa inercia ha cambiado y hoy son muchos los profesores que llevan a sus escolares a visitarlo, aunque no todos los que deberían ser.

En la etapa de universitario compartí la cercanía que existe entre el vetusto edificio de la Escuela de Comercio y El Museo Canario, acercándome a veces a la sala de lectura para consultar alguna obra o simplemente estudiar, pero tampoco era tradición entre los estudiantes compartir las instalaciones museísticas. Más bien acudía gente mayor a leer la prensa o consultar detalles deportivos en la hemeroteca. Tan vetusta era la Escuela de Comercio que solo pudimos recibir docencia un año, al ser declarado en ruina el edificio. De ambas épocas de estudiante las secciones preferidas del museo, o las que me causaban más impresión, eran, como a todos, la colección de momias, pero también la de pintaderas canarias. Joya única, que aún no tiene respuestas a todas las cuestiones que nos podemos plantear.

Terminando la licenciatura en el flamante nuevo edificio de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales en el campus de Tafira -aún perteneciente a la Universidad de La Laguna- comencé a interesarme por la historia de los privilegios fiscales canarios y me propuse redactar un trabajo sobre esa materia. Comencé así mi etapa de investigador en El Museo Canario sobre el año 1978. Investigador entre comillas, más bien aprendiz de investigador, y fue cuando tuve mi primera experiencia con el personal de la biblioteca. Su eficacia profesional, paciencia, educación y conocimientos me iban abriendo las puertas a libros antiguos, manuscritos y colecciones de documentos que nunca hubiese tenido en mis manos sin su precisa indicación. La sala de lectura estaba en aquellos años decorada con todo tipo de planos y mapas en sus paredes, auténticas joyas de nuestro pasado con los que recrear la vista en los momentos de descanso. Las largas mesas de madera, tipo pupitres, las pequeñas luces y el murmullo de los que pedían algún tipo de explicación se mezclaban con los pasos de bibliotecarios y auxiliares que traían auténticos tesoros a los aprendices de investigadores y a algún erudito que otro que saludábamos con el máximo respeto.

Desde 1978 tuve siempre obsesión sobre un mismo tema: la historia de nuestra singular fiscalidad, que investigué a fondo en El Museo Canario, en los sótanos del Cabildo insular y en el nuevo archivo de la antigua carretera de Tafira hasta que publiqué un primer libro titulado Las Fuentes de financiación del Cabildo de Gran Canaria (Caja Rural de Canarias, 2005), labor que prosigo en la actualidad, redactando la obra Orígenes y evolución del Régimen Económico y Fiscal de Canarias, que está previsto presentar en el mes de junio en las Casas Consistoriales de Vegueta, donde tuvo su primera sede esta institución. Pero no ha sido esta rama investigadora la que más me acercó a El Museo Canario, sino la que comencé en los años finales de la década de los noventa del siglo pasado, cuando me cuestioné por qué se denominaba Los Pechos a la cima de Gran Canaria. Después de no encontrar respuesta satisfactoria en el trabajo de campo ni en la extensa bibliografía que me facilitaban en la sala de lectura, fui confirmando que podía tratarse de un error. Y así fue, pero antes tenía que documentarlo. Recuerdo en esa etapa, tras tardes y tardes de lectura incesante en la sala del museo, el día que me facilitaron los extractos de actas capitulares de Viera y Clavijo, pasando sus viejas hojas con delicadeza y concentrado con deleite en las diversas materias que abordaban, cuando de repente comenzaron a caerme las lágrimas: los canónigos del cabildo catedral habían mandado excavar en 1694, en el punto más alto de la isla, un pozo de nieve. Era el hilo del que necesitaba tirar, de esa construcción podía derivar el topónimo Los Pechos. Pero faltaba un paso más, y también lo di en El Museo Canario, de mano de su cualificado personal, revisando la cartografía que estaba en las paredes de la Sala y que en aquellos años ya se había retirado para su mejor conservación. En el mapa del geógrafo Karl von Fritsch de 1867 figuraba en la cima de Gran Canaria el término Los Pozos, corrigiendo la expresión Los Pexos del teniente inglés Arlett en su mapa de la isla de 1837. La derivación desde Los Pexos hasta Los Pechos, pasando por Los Pozos fue más fácil de seguir, consiguiendo hilar toda la materia en la biblioteca y con el personal del que escribo.

Los avances en ese trabajo los presenté el 20 de octubre de 1998 en el acto de ingreso como socio de número en El Museo Canario, en el que fui presentado por el Dr. Juan José Laforet. Presidía el acto Lothar Siemens, presidente de la institución y fallecido el mismo día en que redactaba estas notas. Sirva este artículo como recuerdo de un presidente y una persona que tuve siempre en gran estima y con el que compartí muchas responsabilidades en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Por ti, Lothar.

El siguiente eslabón en la investigación fue pasar por el confesionario y que el erudito sacerdote don Santiago Cazorla me abriese cautelosamente las puertas del importante archivo del cabildo catedral, en el que pude redactar en cuatro años la tesis sobre la explotación de la nieve en Canarias gracias a la contabilidad de los pozos de nieve que allí se conserva.

Y he narrado mis vivencias en dos etapas diferentes: de estudiante, y de investigador o aprendiz de investigador, pero falta otra, más metida en el fragor de la sala de máquinas de la institución. Durante los últimos ocho años, en las dos presidencias de Víctor Montelongo, compartí orgullosamente responsabilidades en la Junta de Gobierno, ciertamente en una etapa marcada por la crisis económica. De importantes logros, como la construcción de parte del nuevo edificio museístico, pero también de grandes sinsabores: el expediente de regulación de empleo del personal, el cierre intermitente de la sala de lectura, el ver que no había forma posible de que pudiéramos utilizar las nuevas instalaciones por falta de recursos para su equipamiento. En fin, lo que todos hemos vivido en empresas y otras instituciones durante los años de crisis, especialmente crítica en El Museo Canario al ver disminuidas drásticamente las subvenciones oficiales que se recibían, que supimos solventar con la presidencia de Víctor, la junta de gobierno y la férrea y eficiente gerencia del hoy presidente, Diego López.

Aun así, El Museo Canario sigue contribuyendo firmemente a la difusión de nuestro ser como canarios, de nuestra historia reciente y antigua, de nuestra proyección en el Atlántico y en el s. XXI, convirtiéndose de hecho en el museo arqueológico de Canarias, en el museo de museos, pero siempre necesitado de ayudas que permitan la conservación de nuestro legado y la mejor y mayor difusión de nuestros valores. Por eso, visítanos, vívelo, apóyalo.

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