La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

inventario de perplejidades

Bomba madre y bomba padre

El gobierno de Estados Unidos ha lanzado sobre territorio de Afganistán una bomba que es la más potente de todas las no nucleares que se hayan hecho explotar nunca. El objetivo militar declarado era relativamente modesto (destruir una red subterránea que utilizaban fuerzas enemigas y de paso enviar al Paraíso islámico a cuatro de sus dirigentes) pero cunde la impresión de que se trató de un pretexto para exhibir la capacidad destructiva de la que todavía es considerada como primera potencia mundial. Ademas de eso, se quisieron poner en valor, según un portavoz gubernamental, las ventajas ecológicas de un nuevo producto al que se describe como no contaminante pese a que en su extenso radio de acción "vaporiza a todo ser vivo". Lo cual quiere decir que de los cuatro supuestos dirigentes terroristas y de sus acólitos no habrá quedado nada que pueda servir a sus familiares y amigos para hacerles un funeral. La terrorífica bomba ha sido calificada en los medios como la "madre de todas las bombas" y el presidente Trump se mostró orgulloso de ella en uno de sus habituales mensajes a través de las redes sociales. Una actitud, por otra parte, muy coherente con el pensamiento político del nuevo ocupante de la Casa Blanca, que ha incrementado el presupuesto militar en 54.000 millones de dólares mientras reduce drásticamente el relacionado con el medio ambiente.

Hasta la fecha, habíamos oído decir muchas cosas sobre las bombas y sus efectos destructivos, pero ese calificativo de "ecológica" para referirse a una de ellas no figuraba en ninguno de los repertorios que manejábamos. Pese a todo, el objetivo propagandístico no parece haber impresionado demasiado a otros tenedores de armamento contundente y el gobierno ruso se apresuró a anunciar que su ejército tiene otro artefacto todavía más potente al que ha descrito como el "padre de todas las bombas".

Para quienes hemos vivido buena parte de nuestra vida bajo la amenaza de la "catástrofe nuclear" inminente por causa de la larga guerra fría entre las dos grandes potencias, esta exhibición de "bombas padre" y "bombas madre" convencionales (quiero decir no atómicas) no deja de parecernos un delirante ejercicio propagandístico.

Nada que ver, de momento, con aquel "equilibrio del terror" que, basado en la certeza de la "destrucción mutua asegurada", mantuvo congeladas las ansias de predominio universal de capitalistas y comunistas hasta el espontáneo hundimiento de la Unión Soviética.

Durante muchos años, la psicosis se mantuvo y hubo, entre otras, dos películas que la reflejaron perfectamente. Me refiero a La hora final (1959) dirigida por Stanley Kramer e interpretada por Gregory Peck y Ava Gardner sobre el holocausto nuclear. Y también, más cerca en el tiempo, a ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), de Stanley Kubrick, con Peter Sellers en el papel principal de una hilarante obra sobre la destrucción total a partir de la equivocación de un militar obsesionado con el peligro comunista. En su versión original se tituló El doctor Strangelove, o como yo aprendí a dejar de preocuparme y amar a la bomba.

La fascinación por un armamento que es capaz de aniquilar por completo a la humanidad alimenta la paranoia de quienes no son capaces de ponerse de acuerdo para erradicarlo por completo.

Compartir el artículo

stats