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Crónicas galantes

Diálogo improbable entre los jueces y Rajoy

En un rasgo de audacia rayana en la temeridad, los jueces de cierto tribunal han llamado a Mariano Rajoy para que declare como testigo en uno de los juicios sobre el Caso Gürtel. Que Dios guarde a los magistrados y les permita salir del embrollo.

Nada cuesta imaginar un arranque del interrogatorio como este:

- ¿Es usted el presidente del Gobierno, señor Rajoy?

- ¿Y por qué me lo pregunta?

- No se haga el gallego, señor presidente.

- No, si yo soy de Pontevedra. O de Santiago, me parece.

- Me refería a que ustedes tienen fama de responder a una pregunta con otra.

¿Quién le ha dicho semejante cosa, señoría? ¿Me pregunta si yo respondo a una pregunta con otra pregunta?

Y así todo lo demás. El interrogatorio llegaría a su punto culminante cuando Rajoy se animase a exponer ante el tribunal su famosa teoría sobre la toma de decisiones. Es decir: "A veces, la mejor decisión es no tomar ninguna decisión; y eso es también una decisión". Nada más claro y evidente por sí mismo.

Interrogar a Rajoy sobre algún asunto concreto es un riesgo en el que solo los más experimentados jueces incurren, por lo que se ve. No hay garantía alguna de que el tribunal vaya a obtener respuestas menos jeroglíficas que las que el presidente suele proporcionar a la oposición en el Congreso. Así que solo queda desearles suerte.

Basta seguir la estela parlamentaria del presidente para advertir que lo suyo es la práctica de una filosofía quietista que allá por el lejano siglo XVII propagó el cura Miguel de Molinos. Aquel místico precursor de nuestro presidente defendía la pasividad como fuente de todas las virtudes, en la creencia de que Dios lo iluminaría mejor a uno si se estaba callado.

Rajoy, al que muchos acusan de ser un discípulo tardío de Maquiavelo por la vía de Pío Cabanillas, ejerce también la estrategia de la quietud. Y no le ha ido mal hasta ahora.

No movió siquiera una pestaña cuando todo el mundo -la prensa, la oposición, los poderes financieros y hasta su propio partido- le incitaba a pedir de manera urgente la intervención financiera de España. Se la urgieron también el Wall Street Journal y el Financial Times, biblias de los negocios que apenas un año después felicitarían al presidente por no haber atendido a sus consejos.

Lo mismo ocurrió con el órdago a la grande que le lanzó Artur Mas desde Cataluña. Sus colegas le pedían mano dura, intervención de la autonomía y otras medidas de choque a las que Rajoy prestó la habitual atención, es decir: ninguna.

Devoto del quietismo y el laissez faire, el presidente envió a los jueces por mera cuestión de procedimiento administrativo; pero no pasó de ahí. El resultado parece darle la razón. Tres o cuatro años después de que empezara el baile independentista, el partido de Mas hace aguas, la convocatoria de referéndum divide ya a sus partidarios y el termómetro de la soberanía catalana ha bajado varios grados en las encuestas.

A la vista de las pruebas anteriores, lo de acudir a un juzgado para testificar sobre las trapisondas de su partido ha de ser peccata minuta para el curtido Rajoy. El trámite podría resultar más fatigoso para los interrogadores que para el propio líder conservador. Con alguien acostumbrado a contestar: "Sobre eso que me pregunta, opino lo que usted cree que estoy pensando", uno acaba por tirar, inevitablemente, la toalla.

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