La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

LA MIRADA FEMENINA

El guitarrista

M e gustaría que en mi funeral sonara la música de Leonard Cohen. Concretamente mi canción favorita, la de Suzanne. Estuve investigando un poco sobre ella. Busqué la fotografía de la tal Suzanne, y la encontré tras dudar un poco. Parece ser que hubo dos Suzannes en la vida de Cohen. Suzanne Elrod, con quien tuvo dos hijos, Adam y Lorca. Y Suzanne Verdal, la de la canción, un amor platónico. Y las fotos de ambas salen entremezcladas.

Suzanne Verdal era la esposa del escultor Armand Vaillancourt. Ambos formaban una hermosa pareja que, según Cohen, muchos envidiaban. En una ocasión, el músico fue invitado a tomar té de naranja a su casa junto al río, en Montreal. Ese es el momento que Cohen describe en su canción. Ella le recibió sola y, aunque el músico la deseaba con fuerza, se abstuvo de seducirla por no traicionar a su amigo. Por eso la letra de la canción dice que sólo tocó su cuerpo perfecto con la mente. ¿Cuántas veces hemos sentido que tocábamos o nos tocaban con la mente y cuántas veces hemos pensado que hacerlo así es mucho más hermoso?

Es martes, al atardecer de un día de verano. El guitarrista toca y los ojos de ella se llenan de lágrimas de emoción. Las paredes de la casa se expanden, el techo desaparece y la tarde va oscureciéndose. Las estrellas, casi apagadas por la contaminación lumínica, suplican que alguien las mire desde un cielo repleto de satélites y aviones. Todo está lleno de plástico. El cielo, la tierra y el mar, los ríos, también las mentes. Hay tanto que limpiar? Pero desde ese punto exacto de la tierra ellos se sienten a salvo.

El guitarrista toca y con su música cura el alma de la gente. Ella siente un gran alivio al escucharle. Y luego toman té con galletas y charlan sobre los grandes cambios sociales que ya están en marcha y de los que nadie habla. ¿Porqué los medios no hablan de esto y de lo otro? Poco a poco están substituyendo a los trabajadores por robots. Habrá despidos masivos, grandes revueltas y migraciones de gente. El guitarrista se sorprende. Parece que hablan de una película de ciencia ficción pero es la realidad. Se dejará de trabajar. Trabajarán los robots y la gente se dedicará a hacer lo que más le guste. ¿Y los que no saben lo que les gusta y sólo viven para trabajar? Hay muchos que no podrán adaptarse. Habrá que hacerse de la resistencia y luchar contra los robots, dice ella. Los artistas somos de la resistencia porque tenemos una tendencia innata a velar por la humanidad.

Las grandes palabras emiten grandes vibraciones y traspasan todas las fronteras. Si todos emitiéramos un no rotundo, nada de eso ocurriría. Y del té pasan al vino y la noche se instala en aquella casa mágica junto al río, sin techo, ni paredes. Y ella, como siempre, busca estrellas fugaces. Y se dan la mano, y se acarician el pelo, y se desean, pero se callan porque lo suyo es un amor imposible.

Y hablan de que la única opción de supervivencia es lograr la conquista del espacio. Pero ambos se sienten como dos ratoncillos asustados incapaces de abandonar la guarida donde nacieron. Y se aferran a la música y al arte como la única religión con sentido.

La brisa nocturna les envuelve en un manto húmedo y frío. Pero el guitarrista está dividido; está su cuerpo y su guitarra, pero su corazón yace en alguna otra parte. Ella le pregunta dónde lo perdió. Y se abrazan con fuerza, como si no fueran a volver a verse nunca más.

Entonces Suzanne agarra sus cosas y sale a la inmensidad de la noche. Y él se queda tocando su guitarra. Parece que el silencio sí existe. La ciudad está más callada que de costumbre. Y mientras ella camina por la acera y trata de no tropezar con sus tacones, ya no piensa en nada, sólo respira como un organismo cuerpo-mente que tiene necesariamente que seguir fluyendo.

Compartir el artículo

stats