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crónicas galantes

Vacaciones con mando a distancia

Aunque por la barba y el continente recuerde a un prócer decimonónico, Mariano Rajoy es en realidad un moderno. Estos días, sin ir más lejos, está promocionando con el ejemplo las ventajas del teletrabajo, que tanto cuesta incorporar aún en algunas empresas.

Con un proceso de secesión en puertas y un aeropuerto secuestrado por sus vigilantes, cualquier gobernante hiperactivo se vería quizá tentado a permanecer de guardia en La Moncloa durante todo el mes de agosto. Como en tiempos de la lucecita de El Pardo, que el Centinela de Occidente nunca apagaba para velar por la tranquilidad de los españoles, cuando el término tranquilidad venía de tranca. Pero qué va.

A diferencia del Caudillo, con el que solo comparte paisanaje, Rajoy pertenece más bien al gremio de los gallegos de lluvia y calma a los que dedicó Miguel Hernández un par de conocidos versos. Ligeramente probritánico y con fama de flemático (o de pachorriento, según versiones), parece natural que el presidente haya decidido mantener su programa de veraneo aunque caigan chuzos por el Noreste.

Si el gobierno de Churchill proponía a sus ciudadanos "Keep calm and carry on" (Mantén la calma y sigue adelante) mientras las bombas empezaban a caer sobre Londres, el calmoso Rajoy no iba a actuar de modo diferente frente al petardeo que le llega desde la Generalidad.

El ruido es, de momento, mucho mayor que las nueces y los papeles todavía no firmados por los secesionistas, razón por la cual el primer ministro se ha aplicado la máxima churchilliana y sigue con sus paseos de verano. Para eso está el teletrabajo, como es natural.

Si un conflicto va a mayores y sale demasiado en las teles, basta una llamada desde Ribadumia para que el ministro encargado del ramo ponga orden en las colas del aeropuerto de El Prat. Y lo mismo ocurriría si al jefe de la Generalidad le diese por proclamar a escondidas la independencia, aprovechando que el Gobierno está en la playa. En tiempos de internet y de la comunicación instantánea, estas cosas son ya propias de otro siglo, como los mismos Estados. Lo normal es resolverlas mediante el teléfono o, a lo sumo, la videoconferencia.

Otra cosa es que el poder necesite del acopio de la pompa y circunstancia que le son propias. Quizá eso explique el Consejo de Ministros extraordinario convocado en mitad de la galbana de agosto para debatir los laudos y otras cuestiones relacionadas con el conflicto en el aeropuerto de Barcelona.

Se trata de una reunión excepcional, indudablemente; pero nada que pueda inquietar a los vecinos de un país como éste que el pasado año se pasó un montón de meses sin Gobierno en firme. Y sin que pasara nada, por supuesto, salvo una constante mejora de los indicadores económicos.

Lo que Rajoy está promoviendo, acaso sin advertirlo, es la aplicación del teletrabajo a los usos gubernamentales. Al igual que ocurre en el ámbito de la empresa privada, ya es fácil solucionar desde casa -o el lugar de veraneo- los asuntos urgentes que en tiempos de María Cristina se confiaban al Ministerio de Jornada.

Malévolos habrá que piensen que el presidente está practicando en realidad la televagancia y el laissez faire, laissez passer tan grato a los liberales. Pudiera ser, pero con Rajoy ya se sabe que nunca se sabe.

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