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Inquisiciones

No deja de sorprenderme el talento que despliegan algunos pueblos a la hora de vender su moto. En no pocos casos gracias a un férreo entramado mediático, o en otros por una política de estado de soterrado pero machacón marketing de los valores propios, consiguen crear un estado de opinión que termina arraigando profundamente en el subconsciente colectivo.

Tomemos por ejemplo Francia. No sólo ha sabido poner pedestales a sus conquistas históricas, castrenses o intelectuales, sino también al florecimiento de su cultura, ya sea literaria o gastronómica. La supuesta "grandeur de la France" ha logrado colarse en todas las parcelas de la vida. ¿Quién se atreve hoy día a cuestionar la presunta superioridad de los vinos franceses, o la supremacía de sus doscientos quesos? Inversamente asistimos a la torpeza de otras sociedades, despreciando los propios logros, empecinándose por el contrario en enfatizar errores y defectos, que terminan por convertirse en tópicos imposibles de desmontar.

Así los países anglosajones han conseguido vender como épicas sus conquistas del mundo, al tiempo que sobre las de los españoles vertían calificativos como expolio o genocidio. Para más inri masoquistamente asumidos por los propios descendientes.

Un caso emblemático bien pudiera ser el distinto rasero aplicado a los excesos de la santa inquisición (patrocinada por los Reyes Católicos para luchar contra los herejes que cuestionaban los dogmas de la Iglesia) a la hora de compararlos con los de la reforma protestante. El detonante de la reforma de Lutero y Calvino fue la descarada comercialización de las indulgencias por parte de la Iglesia católica. El volver a los orígenes del cristianismo y la puesta en valor de la fe está en los orígenes de la reforma. Los príncipes germánicos no desaprovecharon la ocasión de subirse al carro de la rebelión anticatólica, evitando así tener que seguir pagando las gravosas tasas que les imponía el papado. Con el apoyo decidido del Estado, la reforma fue adoptando el carácter de inquisición reformista, con una virulencia y crueldad inusitadas. Aunque difícilmente cuantificable, el número de víctimas en ambas inquisiciones, incluso contabilizando las filiales de la santa en Sudamérica y sobre todo en México, sin olvidar tampoco la sucursal de la reformista en Inglaterra, no es aventurado un cálculo en el que la segunda multiplicara por diez las ejecuciones de la primera. Como que la inquisición reformista se cargó a una eminencia como el descubridor de la circulación de la sangre, Miguel Servet, por cuestionar la Divina Trinidad, mientras que la santa inquisición se limitó a condenar a Galileo a arresto domiciliario. Y eso que su herejía era mayor si cabe, al negar el egocentrista concepto de la Tierra, sustituyéndolo por el protagonismo del Sol, alrededor del cual giraba no sólo nuestro planeta sino todo un racimo de piojos pegados.

¿No les parece que ya va siendo hora de articular una contrarreforma mediática para corregir de una vez por todas este estado de cosas? Con los medios de difusión de los que disfrutamos en la actualidad no debería ser imposible contratar a algún Spielberg dispuesto a dirigir por ejemplo una superproducción sobre la gesta de Blas de Lezo en Cartagena de Indias, tan bien explicada en el libro de Antonio Molina El día que España derrotó a Inglaterra. U otra para desmontar el falseado desastre de la armada invencible, que siguió dando guerra hasta dos siglos después de su supuesta desaparición.

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