Mis recuerdos de Juan Hidalgo son casi familiares. Desde la adolescencia escuchaba en la casa de mis padres y en la de mi abuela materna historias y aventuras suyas. Mi abuela Carmen Sarmiento lo conocía por su sobrino el pintor Alejandro Reino, compañero de Hidalgo en los inicios de ZAJ. En 1974 acompañé a mi abuela a casa de Sagaseta un domingo por la tarde, donde solían pasar buenos ratos oyendo por la BBC (y creo que también por Radio España Independiente, la Pirenaica del PCE) noticias sobre Franco y el fin de la Dictadura. Entre carcajadas de Fernando y su mujer Elisa, mi abuela contó, algo escandalizada pero divertida, que había asistido a un acto o concierto donde el protagonista era Juan Hidalgo. Según recuerdo, dijo que en el escenario, después de un rato inmóvil con una señora al lado suyo, Juan, imperturbable y mirando al público, le colocaba una mano sobre el pecho a la dama y así permanecía el resto de la velada. Mi abuela era antifranquista hasta la médula (juraba por los clavos de Cristo que no moriría hasta hacerlo Franco) y disfrutaba con cualquier acto cultural o simplemente transgresor, pero una cosa era la cultura y otra la educación, le dijo entre bromas y veras a Fernando y Elisa, que no paraban de reír.

En aquellos años Juan Hidalgo periódicamente recalaba por casa de mis padres. Yo llegaba a casa y allí estaba él, como alguien de la familia, conversando, discutiendo (siempre con mi padre), riendo (normalmente con mi madre), comiendo o bebiendo; con esa sonrisa pícara que contrastaba tanto con la seriedad de mi padre. Por entonces yo era un jovenzuelo que acaba de salir de la cárcel franquista. Y Juan era como un cometa que iba y venía de cualquier lugar de España o del mundo. Traía noticias que en nada tenían que ver con el franquismo. Pero sufría por sus amigos canarios y por toparse de nuevo con el "universo" tenebroso de la dictadura. Yo me quedaba un rato con ellos, participando con ganas de la conversación y la fiesta, encantado de aquellas ráfagas de luz que me llegaban de afuera. Coincidió durante uno de esas visitas, en 1975 o 76, que acabábamos de grabar en el magnetofón de casa (formaba un grupo de música, con Nano Doreste y mi hermano Ernesto) una canción dedicada al Corredera, con letra y música propia. Me acababa de enterar que Juan Hidalgo era, antes que nada, músico y compositor, así que le enseñé la canción (la partitura escrita toscamente a vuelapluma) y luego, ya que estaba interesado, pusimos la cinta. Juan se rió porque el estribillo tenía un cambio de tono raro, como una fuga no muy ortodoxa, observó, y porque la canción para regresar al tono original realizaba un quiebro o pirueta forzado, pero que sin embargo apenas afectaba a la melodía. Todo esto, más o menos tal como lo recuerdo, lo hablaba yo con Juan, mientras mi padre escuchaba en orgulloso silencio. El caso es que pasamos un buen rato hablando de música y músicos, y me preguntó por mis discos favoritos. Le nombré dos: Banda de Gitanos, de J. Hendrix y el Álbum Blanco, de Beatles, discos que había comprado con mis ahorros casi infantiles años atrás. Juan dijo entonces que en Milán conocía a muy buenos grupos de rock experimental, sobre todo uno llamado Área, con su líder Demetrio Stratos con quien había trabajado musicalmente. Y me prometió que me traería algún disco de ellos.

Pasado el tiempo, no mucho, quizás poco después de regresar yo de Madrid a finales de 1977, Juan Hidalgo volvía a casa de mis padres a cenar. Mi madre me avisó por si quería saludarlo, y así hice. Juan apareció, sonriente pero asfixiado, por la última vuelta de la escalera. Venía cargado con una gran caja. La casa de mis padres estaba en un 3º piso y no tenía ascensor. Bajé apresurado los últimos escalones para ayudarle con la caja. Me la entregó rápido con alivio y satisfacción: esto es para ti, los discos prometidos, dijo sin más. Y siguió raudo hacia la cocina desde donde ya mi madre le saludaba. En la caja había un tesoro. Una veintena de preciosos LP's de grupos italianos de rock progresivo y experimental, free jazz, fusión? Además de los discos de Área, había otros de un grupo de jazz-rock llamado Arti&Mestieri y varios más de distintos grupos y solistas. La música de Área, sobre todo, era tan poderosa y vibrante que los grupos madrileños que acababa de conocer en Madrid, como Asfalto, parecían imberbes. Esos discos fueron objeto de deseo entre mis amigos músicos. Me costó años recuperar algunos que inocentemente prestara. Y otros desparecieron para siempre. Pero todavía conservo la mayoría. Es el mejor recuerdo que se puede tener de alguien que acaba de dejar este mundo. La última vez que vi a Juan Hidalgo, hace años en el Auditorio durante un concierto, una sinfonía de Beethoven, me preguntó por los discos, si aún los oía; respondí que de vez en cuando, menos de lo que quisiera, por las dificultades de los LP antiguos y los tocadiscos. Y que estaba considerando pasarlos a formato digital. Nos despedimos y me confesó en voz baja, en broma pero en serio, que aunque Beethoven ya no le interesaba, y que toda la música clásica anterior a Mahler no era sino piezas de museo, venía por cumplir e irse despidiendo de sus amigos