Opinión | Venga, circule

La viga en el propio

A mí se me da mal rellenar el silencio y hablar del tiempo, en general tengo la impresión de que hablamos por encima de nuestras posibilidades

La viga en el propio.

La viga en el propio. / La Provincia

No me gusta ir en taxi. Hay a quienes querrían pasarse la vida usando ese medio de transporte, no pertenezco a ese grupo. Sufro algún tipo de maldición o qué sé yo, siempre me tocan taxistas muy parlanchines, personas a las que les encantan las conversaciones de ascensor. A mí se me da mal rellenar el silencio y hablar del tiempo, en general tengo la impresión de que hablamos por encima de nuestras posibilidades. No sé si esto se debe a que la mayoría no da mucho valor a sus palabras o a que la gente está cada vez más sola. Ambas opciones me producen una tristeza sincera. A mí no incomoda estar con la boca cerrada pensando en mis cosas, o no pensando en nada. Mente clara y despejada, leí por allí que hay personas que no oyen sus propios pensamientos sino que ven imágenes y me pregunté cómo sería no tener la voz de uno siempre encendida por dentro. Los compromisos diarios pueden exigir la presencia de mi cuerpo en determinados lugares -el trabajo, el gimnasio, la compra, el bendito taxi- pero no así la de mi mente. A pesar de la prueba a la que nos enfrentamos durante los años de la pandemia todavía no comprendemos que calentar la silla solo beneficia a aquellos que necesitan un público ante el que performar el estar haciendo algo. En muchos casos ese algo es trabajar. Por suerte nadie puede comprobar de ninguna forma que nuestra cabeza y nuestros pensamientos también están allí donde la vista les alcanza, un reino compuesto por mesas y sillas giratorias y luces blancas de hospital. Al menos por ahora, quizá en el futuro nuestros fueros internos también tengan que fichar. Sí, en fin, no me gusta ir en taxi, no me gusta gastar el dinero así, lo considero un capricho que me puedo ahorrar porque todavía puedo llegar a los sitios a pie o en guagua. Quiero que quede claro que el problema aquí no es el taxi ni el taxista aleatorio que inspiró estas palabras. El problema soy yo, la persona que se siente algo incómoda cuando un completo desconocido comparte conmigo con muchísima libertad opiniones que no pedí y preferiría no saber.

Por qué tiene nadie que decirme qué vota o qué deja de votar, o por qué considera que los canarios nos estamos metiendo un tiro en el pie y lo vamos a lamentar -en cierta forma tenía razón el buen hombre, pero no por lo que él cree-, o qué bien empleado le está a «Pedrosanxe» -no son estas mis palabras- lo que le está pasando por chulo, sinvergüenza, golpista y, de nuevo, sinvergüenza. Ah, no lo sé, por favor, a mí no me pregunte nada, yo no tengo opiniones, yo solo me dejé el bono de transportes en el bolso que no era y cuando me di cuenta de lo lejos que estaba del sitio al que tenía que ir me vi alzando ligeramente la mano en una acera para parar un taxi. Hacía muchísimo calor, el sol pegaba muy fuerte, ¿han esperado alguna vez a la guagua en la parada de la comisaría de policía de Arguineguín a las tres de la tarde? Después de esto he decidido que la próxima vez sufriré de buenísima gana una insolación antes que volver a sufrir otro trayecto de quince minutos durante los que la persona que conduce me comunica, entre otras cosas, que antes Puerto Rico no estaba lleno de negros y moritos. No como ahora. Tiene un bungalow cerca de los apartamentos Bellavista pero lo quiere vender porque ya ni le gusta venir aquí, le parece hasta inseguro. ¿Verdad? Cri, cri, no digo nada. El desenlace es una broma de esas de cámara oculta: cuando llegamos a mi destino ooooooooops, qué malísima suerte, no puso a cargar el datáfono en todo el día, ¿tengo efectivo? ¿No? Pues buscamos un cajero automático que seguro que encontramos alguno. Mientras, la carrera sigue corriendo de cinco céntimos en cinco céntimos y bajamos la rotonda de Mogán Mall y giramos de nuevo para buscar el dichoso cajero automático y pagarle en efectivo. ¿Qué si quiero factura? No importa lo que yo quiera porque no me la puede dar, ¡ja! En la ventanilla del taxi hay una pegatina de Mastercard, sí. Ya les digo que Puerto Rico no es lo que era. Qué pena.

Suscríbete para seguir leyendo