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Análisis Jugando con la Bomba

El polvorín del planeta

La actitud de Netanhayu, ganador de las recientes elecciones de Israel, entierra por años la esperanza de paz en Oriente Medio

El polvorín del planeta

El que podríamos llamar "el agujero negro del mundo", el lugar más conflictivo y peligroso del planeta es hoy, sin duda, Oriente Medio. Este enorme territorio se extiende desde Turquía y Egipto al oeste, en donde termina Europa; hasta Pakistán en los confines del este, donde empieza Asia. En esa zona viven cerca de mil millones de musulmanes, una parte de ellos árabes. Estos musulmanes están divididos y enfrentados a muerte entre sí, en dos ramas religiosas: los suníes y los chiíes, que desde hace siglos viven en un conflicto interminable por los derechos de sucesión del profeta. Y que en los tiempos actuales han convertido ese conflicto en una violenta y cruel guerra religiosa, como las que vivió Europa hace cuatro siglos entre católicos y protestantes. El enfrentamiento ha sido estimulado y manipulado en los últimos cincuenta años por el Occidente cristiano, con el fin de controlar el enorme mar de petróleo que existe en el subsuelo de estos países.

El enorme polvorín, siempre a punto de estallar, cuenta con dos zonas especialmente calientes. Una es el Golfo Pérsico, "el golfo del petróleo", a cuyas aguas se asoman dos poderosas potencias: la suní Arabia Saudí, con sus aliados los Emiratos; y, enfrente, el Irán persa y musulmán, la gran potencia chiíta de los ayatolás. Durante los últimos 25 años, en las orillas del Golfo Pérsico se han producido toda clase de guerras. Muchas veces con el protagonismo del Irak de Sadam Husein, apoyado en unas ocasiones por los norteamericanos y en otras enfrentándose a la gran potencia hasta el límite de la autodestrucción.

Y por si los conflictos del Golfo no fueran suficientes, hay que sumarle las guerras interminables de las últimas décadas de Israel contra los palestinos y contra todos los grandes países árabes que la rodean. El pequeño país judío se ha convertido, con el pleno apoyo de los norteamericanos, en la gran potencia militar de esta área. Y, además, en una de las diez potencias nucleares del mundo. Durante el período de la guerra fría, los sucesivos conflictos del nuevo Estado de Israel con sus vecinos ha llevado, en varias ocasiones, al límite de un enfrentamiento de las grandes potencias y a la amenaza de la tercera guerra mundial. Se ha intentado incontables veces superar este foco tan peligroso con un gran acuerdo que permitiera convivir pacíficamente un Estado judío y un Estado palestino. Pero lo que llaman la solución de los dos Estados, por ahora, y no se sabe por cuánto tiempo, no ha sido posible.

Unas veces la dificultad ha estado en delimitar el territorio de Cisjordania, ilegalmente ocupado según las Naciones Unidas y que sería la base esencial del nuevo Estado palestino. Y otras por la negativa rotunda de Israel a devolver la parte árabe de Jerusalén ocupada durante la guerra. Siempre que se llega al vidrioso asunto de Jerusalén, la negociación acaba por romperse. Esta ciudad símbolo se ha convertido en la más disputada y masacrada de la historia, precisamente porque es, al mismo tiempo, la ciudad sagrada de las tres grandes religiones monoteístas. Allí transcurrió una parte del Nuevo Testamento, con la Pasión y Muerte de Jesucristo. Es, a la vez, la ciudad sagrada del Antiguo Testamento, la ciudad del rey David, gran símbolo del Estado de Israel moderno y al que todos sus gobernantes quieren imitar. También Jerusalén cuenta con el Muro de las Lamentaciones, el único resto que queda del viejo templo de Salomón, destruido por los romanos. Y junto al gran muro de los rezos y ofrendas, a apenas unos centenares de metros, sobre la colina, se encuentra la Explanada de las Mezquitas, lugar sagrado de los musulmanes y desde el que Mahoma, a su muerte, se elevó al Paraíso.

Todo esto resulta tan grandioso como trágico. Es increíble comprobar cómo una pequeña ciudad, de estrechas callejuelas, encerrada en sus viejas murallas, se ha convertido en la ciudad santa por la que luchan las tres grandes religiones. ¿A quién pertenece? Podría ser la ciudad de todos, símbolo de la paz y la convivencia de tres grandes culturas y civilizaciones, como logró ser la ciudad de Toledo hace mil años. Pero hace diez siglos fue posible y ahora no. Los últimos ocupantes la han hecho suya y reivindican que solo sea suya. La conquistaron, se justifican, en doloroso y difícil combate. Es, por tanto, botín de guerra y terrible problema que lleva a nuevas guerras. Como ocurrió en el pasado con la conquista de Jerusalén por judíos, romanos, sarracenos y cristianos. Se reivindican los derechos de conquista de esta interminable guerra de moros, judíos y cristianos, que dura ya más de mil años.

'Bibi', el guerrillero

Con toda esta tremenda historia detrás, que hunde sus raíces en el origen de las civilizaciones, se han celebrado esta semana elecciones en Israel en un momento especialmente delicado y difícil. Las encuestas previas daban triunfadora, por estrecho margen, a la coalición laborista de Herzog, que presentaba un programa de soluciones sociales a problemas reales de los ciudadanos, cansados de la guerra y del terrible gasto militar. Por un tiempo, los laboristas parecían ganadores, pero Bibi Netanyahu, el belicoso primer ministro reaccionó con el discurso de siempre: "No dejaré que destruyan Israel". Representó el papel de auténtico halcón que espanta a las palomas de la imposible paz. Volvimos a escuchar el discurso guerrero del pasado verano, cuando el ejército de Israel masacró a más de dos mil palestinos, mujeres y niños, en veinte días de ataque a la población civil, indefensa, de Gaza.

Para Netanyahu, hablar de paz es una debilidad y además una traición. Si se cede lo más mínimo, los árabes aprovecharán para destruir al pueblo judío, al pueblo elegido. La actitud del ganador de estas elecciones ha enterrado por años la esperanza de paz en el foco más peligroso del planeta. Ha dejado descolocado al Gobierno Obama y a todos los líderes europeos que se han pronunciado reiteradamente por la solución negociada de los dos Estados. Incluido, recientemente, el Parlamento español y otros parlamentos europeos.

En plena campaña electoral, un Netanyahu prepotente, vociferante y desafiante, se atrevió a presentarse en el Congreso estadounidense, a invitación de la mayoría republicana, y criticar abiertamente al presidente Obama, que naturalmente no asistió a la sesión. El acto, de una gravedad insólita, se convirtió en un llamamiento a la oposición republicana para que se enfrentase a su presidente. Y bloquease las negociaciones de paz con los palestinos e impidiera un acuerdo con Irán, porque "este país nos está engañando y no va a paralizar su proceso de fabricación de un arma nuclear. Solo cabe destruir sus instalaciones". Netanyahu agregó: "Israel, aunque sea sola, se reserva el derecho a hacerlo".

En la región más explosiva del planeta, los principales actores, Netanyahu y Rouhani, el iraní, juegan con fuego. En una zona en que avanzan las atrocidades del terrorismo yihadista, con el ejército del Estado Islámico que ya ocupa gran parte de Siria e Irak. La guerra de Siria continúa y todos los países de la zona se arman hasta los dientes con un exponencial crecimiento del gasto militar. Para que su cumpla la regla que todo lo que puede empeorar, empeora; Arabia Saudí negocia en estos momentos con Pakistán la tecnología para convertirse a su vez en potencia nuclear.

El peligro nuclear vuelve, que pareció enterrado al final de la guerra fría. El Tratado de No Proliferación Nuclear empieza a saltar por los aires. El Papa Francisco, casi siempre el más lúcido, ha intentado mediar y no lo ha conseguido. Desesperado, ha dicho: "Quizá la tercera guerra mundial, sin darnos cuenta, se está iniciando, aunque se desarrolle por fases". El Papa, claro está, no estableció una conclusión, pero sí una grave advertencia. Repite el mismo razonamiento de aquel científico, experto en estrategia nuclear, Albert Wohlstetter, que nos advirtió: "Debemos de tener presente permanentemente el peligro nuclear. Y nunca olvidarlo. Y aunque su desencadenamiento parezca improbable, lo será en la medida que lo tengamos presentes y actuemos para evitarlo".

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