Sucede cotidianamente que nos esforzamos en saber qué es lo que nos ilusiona hacer con nuestras vidas, y entonces nos tropezamos una y otra vez con discursos y actitudes heredadas que son como un espeso muro que nos impide ver más allá. En Mar, primera obra que la compañía Teatro de Los Andes representa en las Islas, este muro es una puerta en la que se distinguen -ya desvaídos- los tres colores de la bandera boliviana.
El argumento es sencillo y recuerda al de un cuento maravilloso. La obra empieza con un encargo inusual: una madre moribunda pide a su tres hijos que la carguen sobre una puerta de la casa y que la lleven así hasta el mar. En sintonía con las reglas de la fantasía, la magnitud de la tarea es inmensa. Para llevarla hasta las orillas del océano, ellos han de atravesar el cegador desierto de sal.
Este mar ansiado es un mar concreto, el que Bolivia perdió en la llamada Guerra del Pacífico, pero desde el comienzo de la obra el corazón del espectador comprende gracias a la música interpretada en escena, que la palabra "mar" dará de sí todo lo que su caudal simbólico pueda ofrecer: plenitud, libertad, origen.
Es un montaje que aún puede crecer desde las complicidades creadas entre los miembros de una compañía que ya roza el cuarto de siglo,y que continúa asumiendo riesgos creativos. Puede que sobren palabras. Pero no es fácil encontrar el equilibrio entre el arte de invitar a pensar y el de hacer sentir y, sobre todo, el de hacer aflorar el recuerdo. Los mitos de la Guerra son representados ante el espectador y este se acerca a la memoria histórica desde adentro, desde el sueño, desde su imaginario colectivo. Qué hallazgo.
Pero si sobran palabras, no diré cuáles son, porque este es uno de esos montajes que merecen ser vistos más de una vez y porque no quiero que me suceda como al ufano José II de Habsburgo el día que dijo a Mozart (el de Amadeus) que una de sus composiciones tenía algunas notas de más.
