La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Nutrición Día Mundial de la Alimentación

Una dieta saludable para el planeta

Investigadores de la ULPGC y productores agrarios coinciden en la necesidad de adoptar unos hábitos alimentarios sostenibles y que causen el menor daño ecológico

Cristina Ruano, en su despacho de la ULPGC. QUIQUE CURBELO

Hoy se celebra el Día de la Alimentación, una conmemoración instituida por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), que este año bajo el lema El clima está cambiando, la alimentación y la agricultura también alerta de las influencias recíprocas entre cambio climático y hábitos alimentarios. Que nuestra dieta no repercute sólo en nuestra salud, sino también en la del ecosistema.

Según recomienda la FAO, es fundamental abordar la alimentación y la agricultura en los planes de acción climática e invertir más en desarrollo rural. Cuestiones como la emisión de CO2 no se pueden desligar de las estrategias a asumir para garantizar la seguridad alimentaria y mitigar la pobreza en el mundo. Es un complejo puzle en el que hay que procurar encajar aspectos de salud y ecología con intereses económicos de grandes empresas agroalimentaria.

Cristina Ruano forma parte del prestigioso grupo de Nutrición de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, que comanda Lluís Serra Majem. Esta licenciada en Farmacia y doctora en Nutrición y Salud señala que la elección de una dieta sana y la apuesta alimentaria sostenible son dos objetivos que corren parejos y se incluyen. "Los alimentos que son más saludables para nosotros también lo son para el planeta", comienza explicando.

Ruano propone una línea de consumo alimentario, derivada de las investigaciones de su grupo, que coincide con las recomendaciones de la FAO: "La idea es fomentar el consumo de productos de estación locales, comprar en el mercado lo que se cultive en Gran Canaria. Se trata de favorecer la producción local, porque las grandes producciones son las que más huella ecológica dejan, mientras que los alimentos más saludables son los que menos, es decir, generan un menor impacto en el medio ambiente".

Esto debe traducirse en una dieta que aminore el consumo de carne y reserve mayor protagonismo a legumbres y hortalizas, algo que también tiene sus beneficios ecológicos. "En sí la producción de alimentos ejerce una presión medioambiental. Los de origen vegetal consumen menos agua y emiten menos gases tóxicos que los procesados y los animales. Las legumbres son un tipo de cultivo que deja poca huella ecológica, consume muy poca agua y fertiliza el suelo", indica la investigadora, que aporta unos elocuentes datos: si para producir un kilo de legumbres son necesarios 50 litros de agua, un kilo de pollo precisa 4.325 y uno de ternera 13.000.

Así, una dieta mediterránea adaptada a nuestras especificidades es una de las grandes apuestas del grupo de Nutrición de la ULPGC: "Nosotros vemos que la dieta mediterránea es la más saludable y las más amigable con el medio ambiente".

Todo esto se enmarca en una visión global de los procesos alimentarios, con vistas a ese horizonte del año 2050 que señala la FAO para compensar el actual sistema alimentario, en una aproximación global que imbrica salud, ecología y economía. "Potenciar más el productor local también favorece la economía del lugar. Hay que equilibrar, el sistema alimentario de hoy no garantiza una nutrición sana, equitativa y accesible para todo el mundo. Tenemos 850 millones de personas que pasan hambre, mientras que dos billones tienen sobrepeso y obesidad. En 2050 deberíamos ser capaces de proporcionar una alimentación sana y asequible a todo el mundo", añade.

Finalmente, Ruano señala la necesidad de trabajar en el polo del consumidor, con políticas de información y educación no sólo para adoptar cambios en la dieta, sino para frenar el desperdicio de comida, un verdadero problema si tenemos en cuenta que un tercio de la producción alimentaria mundial va a la basura. "Es necesario reducir el desperdicio alimentario, pero también la desforestación que generan los macrocultivos. Por eso es recomendable la dieta centrada en alimentos de origen vegetal, con hortalizas, legumbres, frutas y frutos secos. Cuanto más procesado está el alimento, mayor emisión de gases tóxicos. Podemos ser un consumidor consciente y elegir aquellas cosas que sean más saludables, pero para ello tenemos que dedicar algo de tiempo a ir a la compra y planificar comidas. Tenemos que ser conscientes del despilfarro. Poco a poco va calando este mensaje y creo que iremos hacia un cambio".

Agricultores

Rafael Hernández es el presidente en Canarias de COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos), colectivo que forma parte de la Organización Mundial Vía Campesina., que desarrolla el principio de la soberanía alimentaria, el derecho que tienen los ciudadanos en torno a su alimentación. "Como consecuencia de eso, los agricultores de cada lugar tienen el suyo a producir para cubrir las demandas de sus consumidores, no con este proceso de agroindustrialización por el que se come lo mismo en todo el mundo", afirma.

Hernández recuerda las recomendaciones de la FAO, en el sentido de que los productores locales deberían abastecer el 50% de la alimentación que se consume en cada lugar. En Canarias estamos en el 14%. "Esa recomendación no es un capricho", asegura, "sino que se basa en el sentido de seguridad en el abastecimiento, algo estratégico en un territorio insular. Baste recordar la inquietud que sentimos hace unos años con la huelga de camiones que hubo en la Península".

Pero la FAO tiene también en cuenta la vinculación de la alimentación con la salud; "El 70% de lo que comemos son alimentos procesados, se incluyen cuestiones como sal, azúcar y otro tipo de productos que tienen sus consecuencias en la salud, ese tipo de alimentación está teniendo una repercusión notable en Canarias, con problemas como la diabetes y la obesidad. La Organización Mundial de la Salud señala que necesitamos comer mejor, y esto solo es mejor en la medida en que tenemos producción local. De media un producto de cualquier cadena viaja 5.000 kilómetros. Los productores locales contamos con la presión de los precios a la baja de estos productos, el consumidor quiera comprar alimentos baratos, pero lo que nos ahorramos en comer nos lo acabaremos gastando en la farmacia, porque es una alimentación menos sana".

El representante de los productores agrarios tiene claras las causas de este cambio paulatino en los hábitos de alimentación. "En la medida en que nos vamos globalizando, vamos creando hábitos de consumo. Hay que tener en cuenta que la industria alimentaria gasta más de 4.000 millones en publicidad, y al final nos acabamos viendo presas de unos hábitos".

En cuanto al impacto ecológico que pueden tener los alimentos procesados, Hernández apunta a "la huella de carbono, que es mucho mayor por la distancia que deben viajar, a lo que hay que sumarle la presencia de más contenedores en el muelle, los envases, el empaquetado... tiene muchos ángulos".

Como consecuencia de esta variación en los hábitos, nos hemos acostumbrado a unos alimentos con una menor calidad, asegura: "No es lo mismo un producto que se ha cosechado el día anterior que otro que va madurando por el camino. Si muerdes una manzana de Valleseco, por poner un ejemplo, al sabor se te queda en la boca tres días y puedes identificar las cualidades y características naturales del producto. Las producciones foráneas, por contra, a veces están muy bonitas, pero desde el punto de vista de la nutrición no es lo mismo por las condiciones de producción".

El presidente canario de la COAG defiende la calidad de la producción local y aboga por un consumo informado. "La UE tiene los criterios de calidad más altos del mundo. Se pierde mucho alimento porque si quieres una manzana de unas características determinadas o un plátano así o asá, ¿qué haces con el resto? La diferencia a veces es el calibre. Aquí hicimos de la necesidad virtud, porque les vendíamos las papas grandes a los ingleses y con las chicas hicimos las arrugadas. En otras partes de Europa se las echan a los cochinos".

En cuanto a la necesidad de una educación alimentaria, Hernández explica que "muchos chicos de hoy son capaces de identificar una cadena de hamburguesas y distinguirla de otra, pero no son capaces de hacerlo con un potaje de berros. Creo que desde las escuelas se puede mejorar el asunto".

Así, Ruano y Hernández desembocan, cada uno desde su atalaya, en la necesidad de una educación alimentaria como herramienta básica para poder ir adecuando las estrategias alimentarias a las prioridades ecológicas y sanitarias.

Compartir el artículo

stats