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Teatro

Otra guerra civil

Recuerdo que hace dos años quedé encantado con la representación de El mercader de Venecia que dirigió Eduardo Vasco, adaptó Yolanda Pallín e interpretó entre otros Arturo Querejeta, así que la oportunidad de ver otra obra de Shakespeare, Ricardo III, puesta en escena por el mismo trio despertó la curiosidad de comprobar como hacían frente a semejante reto.

Digo que Ricardo III constituye un reto porque después de Hamlet, es la pieza más larga del dramaturgo inglés, pero presenta la dificultad añadida que a diferencia de la historia del principe de Dinamarca tiene muchos personajes que además pertenecen a dos familias dinásticas, Lancaster y York, y sus respectivos aliados. Por eso, para seguir la obra es recomendable que el espectador esté ligeramente familiarizado con La guerra de las Dos Rosas, la guerra civil que enfrentó a los miembros y partidarios de ambas casas durante la segunda mitad del siglo XV por el trono de Inglaterra, o si no, que la obra esté adaptada de la mejor manera posible.

Partiendo de esta premisa, la sobria escenografía de este Ricardo III prometía nada más levantarse el telón, porque presentaba una serie de maletas y baúles que se sucedían a través de los sucesivos escenarios, ya fueran éstos salones áulicos, mazmorras o campos de batalla. Es muy ingenioso concebir los palacios, las prisiones y las guerras como espacios en los que los personajes están de prestado, como una forma de expresar la vanidad de la ambición humana que ansía el poder y solo cuando lo consigue comprende lo efímero de su naturaleza, idea resumida en la frase más famosa de la obra, que el protagonista pronuncia en el fragor de la batalla final: "¡Mi reino por un caballo!".

La interpretación fue notable, especialmente porque la mayoría de los actores encarnaban hasta a tres personajes diferentes, tan bien caracterizados que era difícil identificarlos, pero especialmente Arturo Querejeta está soberbio en la piel del último rey de Inglaterra muerto en batalla. También era muy apropiada la iluminación, con tantos claroscuros como la historia, pero lamentablemente la obra fallaba en que resultaba algo lenta por varios motivos, uno de ellos la reiteración de un estribillo que aunque muy pegadizo, no aportaba nada a la obra. En cuanto al vestuario, es interesante servirse de ellos para situar Ricardo III durante el siglo pasado, pero la idea ya había sido empleada anteriormente en una memorable adaptación cinematográfica de Richard Loncraine injustamente relegada al olvido, que ambientaba la acción durante los años treinta en una hipotética Inglaterra fascista.

Pero aunque este Ricardo III no presente nada realmente reseñable, ello no desluce la magnífica interpretación de su elenco actoral.

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