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Acoso escolar, cuando la violencia que se ejerce en las aulas empaña los hogares

La madre de una hija que sufrió 'bullying' en su centro cuenta el infierno que atravesó

Acoso escolar, cuando la violencia que se ejerce en las aulas empaña los hogares

El acoso escolar o bullying se ha convertido en un inquietante problema que desborda el ámbito educativo para concernirnos a todos. La violencia física o psicológica que se puede llegar a ejercer en las aulas, así como los mecanismos y las motivaciones que la sostienen, reclaman nuestra atención. Sólo desentrañándolos y atajándolos estaremos en condiciones de promover una convivencia mejor.

A menudo los padres de los niños maltratados tienen que hacer un master acelerado en bullying, pues se topan de sopetón con un problema insospechado, de cuyas aristas permanecían desconocedores. Esta mujer de mediana edad, a quien llamaremos Carmen, comenzó a notar hace dos años detalles desconcertantes en el comportamiento de su hija de doce años al volver del colegio. "Me costó detectarlo, porque mi niña además de tener un problema de TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad) va un poco atrasada en clase. Yo al principio pensaba que lo que estaba pasando era simplemente eso", comienza explicando.

No obstante, decidió estar especialmente atenta ante esas pequeñas anomalías que afloraban en la conducta de su hija. ¿Pero qué es lo que detectaba? "Notaba que llegaba triste del cole, no quería ir al día siguiente a clase, estaba enfadada... Así que le preguntamos qué le pasaba", añade la madre.

El panorama que le pintó la pequeña alertó algo a Carmen, pero tampoco quiso conferirle mayor importancia, pensando que podría ser un mero problema de adaptación: "Nos explicó que se reían de ella en el colegio, que había un niño siempre molestándola... pero al principio le intentas quitar importancia, yo le comentaba que era normal, que en cualquier sitio nunca se está a gusto con todo el mundo..."

No fue solución. La pequeña seguía disgustada y escudándose en excusas para no asistir a clase. Bajo esos rasgos de comportamiento se escondía algo más serio y era hora de averiguarlo. "La niña estaba triste por las noches, llorando y asegurando que no quería ir al cole. Por la mañana se levantaba y me decía que le dolía la barriga o que se encontraba mal, para así no asistir a clase. Nos dimos cuenta de que, efectivamente, lo estaba pasando muy mal", comenta la madre.

Carmen comenzó a hacerse a la idea de que su hija era víctima de acoso psicológico. Con ella se estaba repitiendo una patrón demasiado conocido, el del abuso de aquéllos a quienes se considera más vulnerables por parte de los que ejercen un cierto liderazgo sobre el total del grupo. Esta chica es sensible, creativa, con mucha empatía... Algunos compañeros vieron en ella un blanco fácil para sus chanzas.

Los compañeros se metían constantemente con ella e iban minando su autoestima, generándole una inseguridad de la que la pequeña aún no se ha recuperado. Se enfrentaba a una cotidianidad de insultos y aislamiento social. "No se quieren sentar conmigo, no quieren jugar conmigo", le explicaba a la madre. Los acosadores no sólo le hacían el vacío, también persuadían al resto de compañeros para que, a su vez, evitaran su compañía.

Ciberacoso

Como guinda a esta amarga tara, el ciberacoso. Porque las nuevas tecnologías, paradigma de la conectividad y la comunicación, en manos de acosadores también se pueden convertir en hoz que sesga y segrega. "Soy contraria a que los niños tengan WhatsApp", argumenta Carmen, "pero decidí dejar a mi hija que lo usara para que se pudiera integrar con amigas, porque en casa estaba aislada". Fue peor el remedio que la enfermedad; el servicio de mensajería acabó siendo otra piedra arrojada desde la marginación y el rechazo. "En ese grupo de amigas había una, que era la líder, que borró a mi hija del WhatsApp. Eso para ella fue tremendo, pasó un fin de semana llorando", explica.

La cosa no quedó ahí. Los acosadores diversificaron aún más la producción de desplantes. "Llegó un día mi hija a casa quejándose de que en su clase las otras niñas le decían que tenía piojos y por eso no querían sentarse a su lado. La miré y la remiré; no tenía piojos", añade Carmen.

La madre entendió que había llegado el momento de enfrentar el problema en el centro educativo. Fue al colegio y se dispuso a hablar con los profesores para exponerles la situación que estaba viviendo su hija. "Lo que más me dolió es que un profesor me dio la razón, me dijo que era verdad. Pero no me habían avisado. Tenían que haberlo hecho y señalarme lo que estaba pasando. No dar yo el paso, sino que vinieran ellos a decírmelo si lo sabían", añade entristecida.

La determinación de esta madre no fue en vano. Con su acción prendió una chispa que ha permitido destapar el acoso a otros niños en el seno de ese mismo grupo de escolares. "Después han saltado dos madres más diciendo que estas personas estaban molestando también a sus hijos", explica.

En cuanto al caso concreto de su hija, le queda un sabor agridulce aunque la situación ha mejorado, se localizó a los dos acosadores, incluso se habló con los padres de uno de ellos, en el centro no se llegó a poner en marcha el protocolo de acoso escolar de la Consejería de Educación. "Está más integrada, va mejor, pero siempre tiene por dentro esa cosa de pensar cómo la van a tratar", finaliza Carmen.

Elizabeth López, presidenta de la Asociación Contra el Acoso Escolar de Las Palmas (Acaelp), explica que "este protocolo se debe activar cada vez que hay un caso de acoso escolar. Luego, una vez que se pone en marcha, habrá que hacer una serie de investigaciones: entrevista con la víctima, con sus padres, con los acosadores, con los padres de los acosadores y con los espectadores pasivos. Una vez realizadas esas aclaraciones se decide si es o no acoso. Si no lo es, el centro debe plantearse poner en marcha un plan tutorial para trabajar dinámicas o habilidades sociales, de forma que la situación no vaya a más. Pero si se detecta que es acoso, tienen que ponerlo en conocimiento del inspector de zona de ese colegio y de convivencia positiva".

El caso de Rita es muy diferente. Teme que su hijo, de cuatro años, pueda desarrollar comportamientos acosadores. "Soy consciente de que como madre tengo que vigilarlo de cerca. Estoy de acuerdo en que no se tape, que esta realidad del acoso no se tenga como algo escondido. Es algo que está pasando, algo que los niños sufren. Como madre no me gustaría que mi hijo lo sufriera o lo hiciera", explica.

Rita ha notado ya ciertas señales que la llevan a seguir de cerca el comportamiento de su pequeño, integrado en un pequeño grupo que ejerce el liderazgo sobre el resto de su clase. "En su clase existe un grupito ya identificado por el centro. Son cinco niños que actúan como líderes de una clase de varones. Hay que tener cuidado, están jugando siempre al contacto, con peleas y demás. Ya nos han llamado desde el centro, aunque yo creo que el colegio debería actuar más. A ver, cuando vayan creciendo cómo los vamos a parar. A mí me cuenta todo, cuando le pegan y cuando no lo pegan", añade.

Trabajar con los acosadores

Elizabeth López advierte de la necesidad de trabajar con los acosadores y con sus familias. Son un eslabón clave si queremos afrontar el problema del maltrato desde un punto de vista integral. "Tanto sufre la víctima como el acosador. Obviamente siempre hay que proteger a la víctima, que es quien sufre el daño, pero también tenemos que pararnos a trabajar con el acosador. Ver qué sucede en ese niño que le reporta placer abusar de otros niños", asegura. Esta aseveración, que puede sonar paradójica, apunta al sustrato de vivencias y emociones que desencadena el comportamiento del maltratador. Así, habrá que remontarse en su circunstancia familiar y social para detectar aquello que pudo motivar la conducta reprobada. No obstante, la educadora advierte que no siempre encontramos factores de esta índole que permitan explicar el bullying.

Finalmente, hay que destacar como el bullying también ha ido mutando al compás de los tiempos. "Antes ibas al cole y a lo mejor el acoso era de 8.30 a 13.30, una vez que te ibas a tu casa respirabas. Ahora el acoso es 24 horas, porque tienes las redes sociales, messenger, snapchat.... No se le está dando la importancia que tiene, no ya al hecho en sí, sino a las secuelas. Las secuelas en un niño que es víctima de acoso son potentes: no va a tener seguridad en sí mismo y guardará una ira reprimida. En algún momento de su vida, cuando se repita una situación similar a la que vivió de niño, puede explotar esa ira", finaliza la educadora.

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