El milagro de La Astrid. Así se podría definir lo ocurrido la pasada semana cerca de la ciudad irlandesa de Kinsale. La Astrid, un velero escuela holandés de 1918, zozobró con veintitrés jóvenes alumnos y siete tripulantes a bordo, quienes consiguieron salir del bote sin daños a pesar de la fuerza del bravo mar Celta. El barco, al que los propios alumnos intentaron salvar hasta el último momento, se hundió junto a las rocas de la costa sur de Irlanda. Dentro viajaba un único ocupante español, el joven Luis Montaña i Moll de Alba, de 15 años e hijo de una grancanaria, quien reconoce que pasó miedo.

La ruta prevista para el pasado 25 de julio era a simple vista sencilla, de sólo cinco kilómetros, que iba a llevar a la esbelta figura de La Astrid, de 42 metros de eslora, hasta el puerto de Kinsale desde la ciudad de Oystherhaven. Al frente su capitán, Pieter de Kam, de 63 años. Junto a él otros seis tripulantes y 23 jóvenes alumnos procedentes de Inglaterra, Irlanda, Holanda, Francia, Bélgica y el español Luis Montaña i Moll de Alba, quienes habían comenzado la expedición de formación el pasado 15 de julio en la ciudad inglesa de Southampton.

Nada más salir comprobaron que a pesar de que la travesía iba a durar sólo una hora, esta iba a ser más movida de lo normal. Olas de cuatro metros y fuertes vientos amenazaban con convertirla en un trayecto de intenso aprendizaje para los jóvenes. No iban solos. Lo hacían acompañados de otros barcos que tenían el mismo plan de navegación.

La situación comenzó a complicarse a mitad de camino cuando el motor dejó de propulsar a la nave. Ello dejó al velero a merced de las olas, que lo danzaban de un lado al otro. Entonces llegó la clase más importante que iban a recibir los alumnos durante su estancia en el curso y, con toda probabilidad, en sus vidas. Una lección que difícilmente olvidarán. En ese instante dejaron de ser alumnos y se convirtieron en la tripulación, cuyo único objetivo era salvar a La Astrid de su casi inevitable hundimiento.

A Luis Montaña le tocó subirse al bauprés, el palo que desde la proa permite desplegar la vela triangular. El resto también se puso manos a la obra para realzar el perfil del velero. "Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer, todos fuimos formados", señaló el irlandés de 18 años Daragh Comiskey al periódico Daily Mail. El barco volvió a lucir como siempre, con las lonas desplegadas en los dos mástiles que lo presiden para tratar de evitar la colisión con las rocas, pero "el mar enfurecido y el viento sobrecogedor imposibilitaron cualquier intento de salir de aquélla con las velas", relató Luis Montaña. Se intentó salvar de todas las formas posibles, hasta con un cabo tirado desde otra embarcación, que tampoco dio sus frutos. La Astrid tenía las horas contadas.

Los jóvenes se pusieron el chaleco salvavidas. Aún con ellos en el interior, el velero comenzó a chocar contra las rocas. Los servicios de emergencia lograron rescatarlos sanos y salvos, aunque verían cómo La Astrid dejaba atrás sus 95 años de historia cuando el casco empezaba a esconderse bajo el bravo mar Celta.