Hay lugares en los que ya se ha estado aunque no se hayan visitado nunca. América corre por las venas de Red Beard (Jaime Jiménez Fleitas, Las Palmas de Gran Canaria, 1984) a través de una música polvorienta como el desierto de Arizona y profunda como uno de esos cañones que parecen hundirse en busca del corazón de la Tierra. Él, en realidad, nunca se ha sentido lejos de esta matriz, más allá del hecho de que podría pasar por un miembro más de una familia de granjeros de Kentucky. En su brazo derecho lleva grabado el título de su primer sencillo, Here comes the storm. La frase se aferra a un faro al borde un océano enardecido. Ahora ya sabe que su tormenta de sonido llegará en mayo de 2016 a Estados Unidos dentro de una gira cuyas fechas y escenarios todavía se están concretando pero que incluirá lugares como Oregón. Será un extraño regreso a América porque siempre ha estado allí.
La cita tuvo lugar en la plaza del Pilar de Las Palmas de Gran Canaria, un espacio luminoso, salino, urbano y atlántico donde de pronto se incrustó un trozo de esa América primigenia que habita en el imaginario colectivo: camisa de cuadros, tatuajes, botas de vaquero y una espesa barba roja de hombre de pantano, propia de ese tipo de gente que puede ser cazador de caimanes por la mañana y bebedor devoto de Jack Daniels durante la noche. Pero es Jaime, Red Beard, un chico sencillo que se siente a gusto mezclando universos paralelos. "San Antonio de Texas la fundaron canarios, por ejemplo, y hay sitios donde a veces suena hasta Andrés repásate el motor, así que de algún modo no estamos tan lejos", explica mientras te clava su mirada azul y lía un cigarrillo a una velocidad endiablada.
My little seed, una de las canciones de Woody Guthrie, una de las Montañas Rocosas de la música americana, habla de un hombre que cava un agujero en el suelo y planta una pequeña semilla. La plantada por Red Beard ha echado unas raíces que se traducen en una gira que le llevará en octubre y noviembre por ciudades como Madrid, Barcelona, Bilbao o La Coruña. Y al final de la autopista ya se ven América y sus infinitos caminos.
