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Cristina R. Court: vivir en la propia escritura

Anotaciones sobre 'La Séptima Vida', donde la autora se muestra como una poeta intensa, reflexiva y confesional

Cristina Rodríguez Court. LA PROVINCIA / DLP

Siete vidas tiene el poeta, pero defiende la última que le atribuye el aserto popular con maullidos que parecen versos, allá en el tejado de su escritorio de trabajo, en el reclinatorio de su almohada, en la mesa de una terraza, allí donde lo atrapa la necesidad de fijar por escrito su destilación felina. Y es que solitario, acorralado como se ve, sabiéndose de una raza nocturna e independiente que apenas es leída por la bípeda dominante, da en manifestarse mediante el vehículo que transforma el maullido en verso, y termina arrojándolo después a los arúspices lectores en cuidada presentación editorial. Están esos lectores (los happy fews, dedicatarios de las novelas de Stendahl) ávidos de entender, de captar el sentido de lo que leen, intentan llegar a la cara oculta de la sintaxis ofertada en verso libre.

Lo harán también cuando se acerquen al último libro de poemas de la poeta Cristina R. Court, autora insular con una trayectoria en el mester poético ya conocida, al igual que lo es la profesional como vinculada al mundo de la comunicación, literatura, crítica de arte, biblioeconomía y museología, con alto perfil de especialización en el CAAM, y ser pensante por libre. Me temo que los lectores y lectoras que atrapen este libro se acercarán a algo no sujeto al conocimiento previo que tengan del género literario habitual, ese derrame sentimental abierto y pedestre que se tiene como poesía que viene de una mujer. Se van a encontrar en un territorio paginado donde pensamiento, existencia y zumo de poesía forman un todo inusual, felizmente iluminado por las magníficas ilustraciones de Luis Sosa, otro gato de maullido creativo, remolón a vivir la notoriedad que merece su brillante trayectoria.

Una vez trazada nuestra vía de comentar las novedades destinadas a pasar de largo en el mutismo, autismo o inercia crítica que tanto nos ha empobrecido intelectualmente por la ausencia de revistas literarias en nuestra provincia -otra anormalidad de la patología ultraperiférica provincial- nos toca hoy hablar de la poeta Court y de su última producción. Parece como si su imagen pública en la institución artística donde ha transcurrido su vida desde hace ya muchos años mantenga secuestrada, ninguneada, su condición de autora pertinaz y profunda de "poeta del pensamiento" con un corpus bibliográfico de periodicidad editorial regular. Pero, pese a esa ausencia de imagen pública literaria acorde a su importancia textual intrínseca, C.R. Court sigue introduciendo en la poesía de nuestro idioma una inteligibilidad notoria de los sonidos del silencio, que son los del yo y el eco del de los otros.

Su registro editorial más reciente no difiere de la obra anterior en lo principal: cierta habilidad de vaciado de conciencia que establece una dialéctica entre su mismidad y los límites de lo nombrable, si bien disuelta en segunda o tercera persona, procediendo a una configuración de la identidad deconstruida en argumentario múltiple, borrando trazas de autobiografía, como aquellos gorriones que comieron las migas de pan de puño que Pulgacito -el muy incauto- iba dejando atrás para volver a casa, sabiendo las mañas de su inconsciente padre. O evidenciándolas abiertamente, lo que es una ardua concentración de autoconocimiento y voluptuosidad reconstructiva.

La vivencia interior puede deslizarse con naturalidad, y a hierro candente indeleble en sus lenguaje, con una evidente tendencia existencialista, que opta por el recurso del desdoblamiento, segura como está de su identidad personal y sabiéndose además parte de un todo infinito:"(?) cuando una se sabe una constelación de otros",(pg.42). Identificación traslaticia que es una devoración del ser, como haría una Kondalini que se enroscara al árbol de los hechos consumados para consumir sus frutos ya secos, ya no dolientes por el calor del día sino emancipados por la sintaxis. Estos frutos tendrán nombre y apellido en los versos de Court: "destilación de asombros", "lógica del desapego", " sinrazón cósmica", "dolencia del ser", "exceso del ser", "razón tóxica", "furor obediente", "consuelo de la seguridad tribal", "dolor trascendido", "pasajes hacia el desapego", de "solación","abatimiento", "pesadumbre", "depredación".

Pero esta destilación del ser herido por la vivencia transita por el camino de la inocencia que pone a su disposición observar el sistema de signos proyectivos o indiferentes que ofrece la vida diaria: la figura de su madre, la infancia, Antonio, las esquinas del mundo. Como, por ejemplo: "Rastreando delicados petroglifos en la ignotas rocas de Tifariti, / desciframos que sin estos relatos de la distancia / que procura la escritura mineralizada, / no habríamos sobrevivido a tanta imagen. / La mirada se cuece lento" (pg.60)

Poemas extensos como Esta playa negra, Apátrida o Ella no lo sabe aún parecen ser ese vaciado de conciencia que soporta la memoria, pero será en los más breves donde puede rastrearse el pensamiento tal cual queda destilado hasta la redondez de un haiku, sin perder la intensidad, esa intuición de encontrarse en la escritura, esa inquietud por mirarse y quedarse en el espejo de la segunda o tercera persona. Poeta intensa, reflexiva y confesional es esta Cristina R. Court, una sólida realidad literaria en el panorama actual, teniendo a su favor una singularísima poiesis de la desolación trascendida en arte poética. Contando, naturalmente, con las estrategias de huida que también ofertan los días, en la cartografía vegetal ascendente de Luis Sosa como apoyatura gráfica, para que la totalidad del libro no se vea pesimista.

Rara mistura de poesía confesional y solidaria, aliada desde la apertura en canal de la "dolencia del ser" a sus posibilidades de supervivencia mediante el instinto, la pasión, la amistad, la música, y agarrada con fuerza a la indocilidad, Court milita en una poesía intensa. Ella es ya una sólida realidad autoral de poiesis trascendida desde los arrecifes de la desolación hacia un faro milagroso y salvador cual resulta ser, a la postre, dejarse comulgar por sus lectores, soluble como es su poética en tanta gente que pudiera decirse como ella lo hace, y que se reconocerá en sus versos. Entre estos últimos estamos, enterados ya de que el poema / maullido que emite es una contraseña sólo compartible si se quiere subvertir el destino cabrón que nos espera, algo así como un eco individualizado del Aullido de Allen Ginsberg en el subtrópico hesperideo, con un añadido aromatizador que desprenden la Storni o la Pizarnik.

Hemos llegado a la conclusión de que Court vive en la escritura, el resto es territorio banal o invivible, arrasado por las pasiones nucleares de la rutina diaria y el desencuentro también diario con la idealidad. Eso es lo mejor que tiene la poesía auténtica:" esos ojos que dicen, / levántate, desmuérete, inmólate, vívete."(pg. 55). Libro pues recomendable para quienes ya han margullado en su peripecia paginada, que se toparán con la madurez expresiva de la autora, y en general para quienes precien la intensidad cualitativa del verso puesto al servicio de una ontología abisal que se despliega sin reservas.

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