Existe hoy una demoledora tendencia a simplificar, a convertir los prejuicios en dogmas. Occidente heredó de la obra de Fiódor Dostoievski esa creencia de que el sufrimiento y la autoinmolación son abono necesario para la genialidad. Sin embargo, Los demonios no es la obra de un hombre anestesiado, sino la de un escritor que ya no pierde el tiempo echándose cal en las heridas y da un paso al frente para condenar el credo fanático de aquéllos que están dispuestos a morir y hacer morir en pos de una idea. Aunque la intencionalidad política es innegable (Dostoievski se inspiró en el asesinato de un estudiante de la Escuela de Agricultura de Moscú a manos de cinco camaradas, miembros de una célula terrorista), la anarquía que describe surge de una sátira del liberalismo de su propia generación.
