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LIBROS EL 18 DE JULIO DE 1936

El preludio a una larga tiranía

El cine no se ha mostrado especialmente pródigo en mostrar los escenarios políticos que precedieron al alzamiento militar del18 de julio

El preludio a una larga tiranía

Algunos años antes de que el Régimen franquista afrontara su inevitable decadencia política -que no su muerte social, que es algo bien distinto, como se ha podido colegir durante el período de transición que arrancó en este país tras la muerte del dictador- el cine español ya lo había visitado en multitud de ocasiones. Eran visitas, en su mayor parte, sembradas de ironía, ambigüedad y de diálogos entrevelados, de sutiles alusiones a rupturas familiares y a muertes y ausencias mal explicadas, a susurros envenenados por el odio fratricida y por la intransigencia ideológica que intentaban, a duras penas, esquivar los rigores de la censura para poder hablar en voz baja de la auténtica realidad social que se nos intentaba escamotear, mediante un aparato propagandístico cuya omnipresencia en la vida diaria de los españoles llegó a provocar un efecto anestésico en todos los rincones de nuestra sociedad.

La ausencia de libertades públicas y el férreo dogmatismo impuesto por el bando vencedor tras el final de la guerra civil frustraron cualquier oportunidad de cuestionar abiertamente al nuevo poder constituido, aunque algunos nombres propios de acreditada solvencia intelectual pudieron abrir, en el ámbito literario y en el cinematográfico especialmente, alguna que otra brecha en la sólida estructura orgánica de la dictadura y hablar de cosas de las que habitualmente no se hablaba en España desde los tiempos de la República, pequeños respiraderos por donde se filtraban algunas cargas de profundidad contra el aparato franquista cuyas consecuencias, en la mayoría de los casos, solo tuvieron un carácter meramente testimonial.

Bastaría con rastrear la dilatada filmografía de Carlos Saura, uno de los pocos resistentes en el ámbito de la cultura que se esforzó en mantener una actitud crítica frente al Régimen, para encontrar la prueba definitiva de que, aún en vida del dictador, algunos de nuestros cineastas hurgaban, aunque con suma cautela, en las más ocultas interioridades del nuevo sistema político en su intento por desvelar su naturaleza profundamente antidemocrática y de denunciar sotto voce la brutales arbitrariedades con las que éste actuaba ante cualquier tentativa de socavar sus rígidos e inmutables principios. Películas como La caza (1966), El jardín de las delicias (1970), Cría cuervos (1975), La prima Angélica (1974), Ana y los lobos (1972) o Mamá cumple cien años (1979) incidieron, sin duda, en la batalla dialéctica que mantuvieron los demócratas españoles durante aquellos años difíciles en los que la represión política adquirió muy pronto carta de naturaleza en todo el Estado.

Algunas, como La prima Angélica, sufrieron, con especial inquina, las inclemencias de la censura otras, en cambio, corrieron con mayor suerte y lograron, pe-se a la inequívoca claridad de sus intenciones, pasar todos los controles oficiales antes de su estre-no ante la perplejidad de todos. Abolida ya la censura, Jaime Chávarri, el autor de la inolvida-ble El desencanto (1976), aporta un nuevo enfoque sobre el franquismo rampante a través de la excelente adaptación de la obra teatral de Fernando Fernán Gómez Las bicicletas son para el verano (1984), un retrato inmisericorde de la burguesía madrileña durante el verano de 1936 donde concurren algunos de los factores sociales que coadyuvaron a generar la tragedia que conmovió al país durante tres largos y sangrientos años.

Lo mismo hace José Luis Cuerda en La lengua de las mariposas (1999), película inspirada en un guion de Rafael Azcona, en la que el hombre y el paisaje se funden para construir un corpus dramático único donde el uso de la mirada se erige en el elemento sugeridor de un mundo interior que no se ve pero se intuye, un mundo bajo cuya aparente serenidad reposan los odios atávicos de una sociedad a punto de estallar en un cruento y prolongado conflicto que se cobraría más de un millón de muertos

Sin embargo, y pese a los numerosos filmes que se rodaron sobre el tema en nuestro país, no sería hasta el mes de julio de 1986, año en el que se conmemoraba el 50 aniversario del Alzamiento, cuando por vez primera aparecería representada, en una película de ficción, la hierática figura del Generalísimo, en este caso bajo los rasgos del formidable actor sevillano Juan Diego, y dirigida por el cineasta catalán, recientemente fallecido, Jaime Camino, autor a la sazón de otros filmes de gran interés sobre la contienda, como la ya citada Las largas vacaciones del 36 (1976), que, en palabras de Roman Gubern, "quebró numerosos tabúes en la representación de la guerra civil en el cine español, incluyendo la imagen de la bandera republicana y la imagen y la voz del president Lluis Companys, debido al inédito punto de vista adoptado. Por ello, su oportuno estreno en la fase de demolición del franquismo fue acogido con un enorme éxito popular y con aplausos al final de sus proyecciones". En La vieja memoria (1977) y El balcón vacío (1984), Camino abunda nuevamente en el asunto, aunque utilizando esta vez estrategias narrativas que exploran el conflicto desde una óptica estrictamente poética.

Quizás por miedo, quizás por desprecio a su siniestra memoria o tal vez por tratarse de un hombre de apariencia insignificante que carecía del menor sortilegio fotogénico, lo cierto es que la única tradición iconográfica existente es la que se estableció a través de los sellos de correos, de las pesetas y de los enfáticos retratos que colgaban de todos los despachos oficiales. Sea como fuere, lo cierto es que fue Camino quien rompió con este extraño e inexplicable tabú en el cine español. A partir de entonces, la figura de Franco aparecería en títulos como Espérame en el cielo (1987), de Antonio Mercero; Madregilda (1993), de Francisco Regueiro o 20N, los últimos días de Franco (2008), de Roberto Bodegas, con los rostros de José Manuel Soriano, Juan Echanove y Manuel Alexandre, respectivamente, mostrando diversas facetas de la controvertida biografía del personaje.

Pues bien, ya han transcurrido más de 40 años de su desaparición y, como está visto que el tiempo templa los recuerdos y serena los ánimos más airados, el inexplicable misterio que pesaba sobre guionistas y directores acerca de la representación del personaje se evaporó como una pompa de jabón con el estreno de esta, por varias razones, extraordinaria película en la que además se muestra no solo la hábil peripecia política de Franco para desatar y pilotar la sublevación militar desde el norte de África, sino algunos de los aspectos más pintorescos de su vida privada, destacando la rigurosa austeridad que presidió su vida matrimonial junto a Carmen Polo o la escasa empatía que mostraba en el trato cotidiano con muchos de sus camaradas.

Juan Diego, actor adscrito desde los tiempos de la clandestinidad al PCE (Partido Comunista de España), asumió con una destreza y precisión excepcionales el papel del dictador en Dragon Rapide, que toma el título del viejo aeroplano que trasladaría al futuro Jefe del Estado desde Las Palmas a Marruecos. Jaime Camino se sumaba así a la extensa nómina de cineastas nacionales que han intentado explorar a fondo el episodio más controvertido y cruento de la historia contemporánea de España.

El guion, escrito por Gubern y el propio director, pone el foco en los días que precedieron a la rebelión militar del 18 de julio cuando, aprovechando el desconcierto provocado por la muerte repentina del general Balmes, gobernador militar de Las Palmas, Franco se traslada a esta ciudad desde donde parte rumbo a Tetuán para ultimar allí los preparativos para la consumación del golpe. La película, ganadora de dos goyas, evoca también a otras personalidades relevantes del momento, como el general Mola que aparece tras la fisonomía de Manuel de Blas; Calvo Sotelo con el rostro de José Luis Pellicena; Francisco Casares encarnando al teniente coronel Martínez Fuset y Victoria Peña asumiendo, con admirable convicción, la amansada figura de Carmen Polo, esposa del dictador.

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