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AMALGAMA

La crisis fiscal del Estado

O'Connor, de los primeros en analizar los ministerios de Hacienda, parte de la base de que el monopolio y el estado son un mismo fenómeno casi superpuesto

La crisis fiscal del Estado

En nuestra habitual reunión filosófica de los martes, el colega economista sacó a relucir el texto de James O'Connor La crisis fiscal del estado, de 1973, que fue de las primera obras que analizaron la importancia que tomaban los Ministerios de Hacienda en los estados democráticos occidentales de la segunda mitad del siglo XX. El derrotero de las estructuras estatales, vistas ya desde una óptica posmarxista, en la que la dialéctica venía a completarse con las soluciones socialdemócratas, que empezaban a intentar construir un estado del bienestar dirigido como premio a una clase media que debiera ir engrosándose, fue un derrotero de incremento brutal de la fiscalidad, en un bucle en el que los estados cargaban con una creciente deuda cuyos intereses se imputan en las espaldas de esa inmensa masa de contribuyentes que trabajan hasta los meses de mayo o junio de cada año para pagar todos los impuestos que les acribillan, siendo para su beneficio personal y libre el trabajo del resto de los meses del año. Toda esta presión está a un ritmo creciente, porque es una especie de burbuja, dado que la maquinaria del dinero está para resolver los déficit de una política derrochona, o de unos sistemas como el de la seguridad social que son, meramente, esquemas de Ponzi cuyo pato final lo paga el conjunto de los contribuyentes cuando el dinero no da para el pago de las pensiones. James O'Connor parte de la base de que el monopolio y el estado son un mismo fenómeno casi superpuesto. El Estado moderno dispone de un factor de crecimiento y control que es la deuda estatal, cuyo incremento fomenta el aumento de la expansión y acumulación del capital del sector privado. El capital monopolista estatal, pues, socializa con su reguero de dinero los costos de capital: inversión social, gastos sociales para ganar legitimación (una legitimación weberiana), y se origina el bucle fiscal que conlleva el hecho de que la producción es social y los medios de producción y el beneficio son privados. El Estado moderno ha de encargarse, pues, de controlar la inflación, los costos y la fiscalidad para industrializar la economía y que la máquina siga creciendo y funcionando. Este bucle implica una inversión en medios que se paga con los impuestos. Al final alimentar la maquinaria para que el sector privado se lleve un buen beneficio, implica sacar tal beneficio del trabajo de los contribuyentes. Estos pagan, y las empresas producen, arriesgan y ganan. La crisis fiscal del Estado no es sino el desequilibrio en este esquema que se dirige, como todos los esquemas socioeconómicos, a una burbuja (en términos materialistas dialécticos a una contradicción). Este esquema neo-occidental, que tiende a privatizar el máximo de servicios estatales, funciona mucho mejor que una economía socialista dirigida, sencillamente, porque cuenta con el egoísmo de los agentes privados, núcleo principal de la vitalidad de las transacciones económicas. Pero el egoísmo es una substancia que tiende siempre a acaparar más y a ejercitar la avaricia, y esto genera las burbujas que, como plagas, terminan estallando. En eso estamos. La Administración emite más títulos de deuda y sube más los impuestos, los aumentos salariales se ven contrarrestados por los aumentos de la imposición directa, el malestar crece, e incluso así no da, y ese es el momento en el que toca la purga: la crisis fiscal del estado. El problema de Occidente, en economía, es un problema estructural a punto de estallar.

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